jueves, 9 de diciembre de 2010

Los lados de la ventana (1)

Esta es una historia compartida con alguien muy especial, con quien he podido dar rienda suelta a una de mis pasiones, que es escribir relatos,  sintiendo que nuestras ideas, emociones, e imágenes se entrelazaban de una forma exquisita. Gracias mario, por tu participación y por provocarme XDDD. Lo he subido en varias partes dada la longitud de las continuaciones, así que hay que hacer como en aquellos dibujos con los que nos enseñaban a dibujar: sigan los números ^^.

TRAS LA VENTANA...
(mario)

El portazo al cerrar ha sonado algo más fuerte de lo habitual. Cuando mi Ama se disgusta conmigo me embargan sentimientos difíciles de asumir, una tristeza entera e inabarcable, una ausencia interior que me vacía y asusta, una melancolía de la que apenas puedo recuperarme hasta que regresa por la noche.

Durante el resto de la jornada procuro hacer las tareas de la casa como si me disculpara con ella a cada paso. Cuando recojo las cosas desordenadas imagino que ella me está observando tras mi espalda, y cuando limpio con mi mejor esmero aquello que apenas está sucio, cuando tiendo la ropa recién lavada para después doblarla y guardarla en los cajones de su cómoda con todo el mimo de que soy capaz, cuando hago la cama de su habitación que conserva aún entre las sábanas la presencia turbadora de sus formas y el calor de su cabeza en la almohada...

Siempre que mi Ama sale de casa acudo con rapidez hasta la ventana del salón, donde me asomo encubierto por las cortinas para verla marchar. La contemplación de su manera de andar por la acera, insinuante pero sin excesos, me acompaña durante el resto del día. Me gusta imaginar que comparto con ella los quehaceres de su jornada, sus preocupaciones, que me confía aquéllas cosas que le resultan especiales. Esta mañana está maravillosamente guapa, viste de un modo tan oscuro que parece una silueta en tres dimensiones. Su chaqueta entallada y negra, su falda algo más clara enmarcando sus caderas y elevando aún más la largura de sus piernas. También negras las medias, su portafolios de cuero y sus botines de tacón alto, y el collar que esconde su escote, y sus uñas, sus pendientes, la sombra de sus ojos... sus ojos... de un castaño tan intenso que hieren.

Adivino su enfado en la determinación algo brusca de sus movimientos, en la manera en que sacude su melena sobre los hombros. Cuando alcanza el coche abre la portezuela de atrás y coloca sobre el asiento la chaqueta pulcramente doblada. La blusa blanca ciñe su espalda y transparenta apenas el sostén. Al abrir la puerta delantera pierdo ya toda esperanza de que repare en mi presencia y se despida de mí. Ella es plenamente consciente de que estoy contemplándola desde la ventana del salón, expectante como un perro abandonado y doliente.

Y entonces mi Ama, pero aún sin volverse, levanta lentamente su mano derecha, que extiende y recoge dos veces. Es un gesto que pasa desapercibido para el resto de los transeúntes, un gesto femenino y coqueto, un gesto que me colma y reconcilia con ella, conmigo mismo y con el mundo entero.

Cuando al fin el coche inicia la marcha no soy capaz de seguirlo con la mirada, pues una ligera humedad, un escozor leve y feliz, empaña mi vista...

AL OTRO LADO DE LA VENTANA
(mio)

A veces creo que no me escucha, tan absorto como está en hacer las tareas a la perfección, tal como yo misma le he enseñado, sin pararse ni por un momento a pensar si ese día en concreto me gustaría que las cosas fueran de otra manera. Es cierto, no soy una mujer fácil de convivir, pero sí fácil de complacer, basta con observarme y preguntarme, y él sabe que puede preguntar tanto como necesite, que eso jamás me molestará. Pero no, sigue queriendo hacer las cosas como cree que son mejores para mi, en lugar de simplemente plantearme la duda. Y hoy ha ido demasiado lejos. Es mucho mejor haberme ido, darme tiempo a calmarme. El control forma parte de la responsabilidad, la que libremente asumí al aceptarle en mi vida, al comprometerme a educarle, pero a veces es … fatigoso.

Y encima tengo esa dichosa reunión con los socios, explicarles de nuevo que a veces menos es más, que un gran margen de beneficio puede perjudicarnos, y ellos tampoco me escuchan. Es triste tener la capacidad de ver soluciones y que no te den crédito por ello.

Y él sabía que hoy estaba nerviosa, estaba en su mano levantarme el ánimo, como ha hecho otras tantas veces, con sus mimos, sus bromas inocentes e inteligentes. A veces me remuerde un poco la conciencia que esté solo en casa todo el día, sin trabajo, únicamente dedicado a la casa. Pero él mismo se ofreció en esas condiciones, diciendo algo de un año sabático dedicado a conocer su verdadera naturaleza, y a entregarme todo su tiempo, y en aquel momento no me pareció una mala idea, y lo cierto es que cuando no saca a relucir su “humilde” testarudez, la vida con él es mucho más placentera… no puedo evitar que crucen por mi mente unas imágenes de baños compartidos, de masajes que culminan en éxtasis, de risas intentando ponerle mis zapatos que es imposible que le quepan, de recorridos por la casa siguiéndome descalzo atado con la correa…

Llego al coche sin darme cuenta, y por uno de los retrovisores le veo ligeramente asomado, observándome, casi podría adivinar la expresión de arrepentimiento, la determinación a llevar esa costumbre de tantos años como hombre de la casa a un nuevo nivel, uno en el que simplemente se deje llevar y confíe, confíe de una vez y totalmente en mi, porque ¿qué sentido tendría la entrega si sigue dudando sobre qué hacer? La duda surge del desconocimiento, de no seguir las instrucciones, arriesgándose a que el resultado no sea el esperado.

Pero entonces recuerdo algunas sorpresas brindadas desde la improvisación, la inspiración del momento, instantes maravillosos en los que mi admiración por su capacidad de leerme como un libro abierto crece exponencialmente, y es capaz de hacer brillar en mis ojos la chispa de la ilusión, como cuando era una niña. Y en esos momentos resulta tan adorable….

Es el momento de entrar en el coche, y le saludo, sabiendo que él entenderá el gesto, un ademán disimulado con la mano, abriéndola y cerrándola, el mismo gesto que le hago cuando quiero que se acerque y apoye su cabeza en mi regazo para acariciarle. Un gesto que tiene el poder de serenarme y devolverme la sonrisa, segura como estoy de que a mi vuelta, él redoblará los esfuerzos por satisfacerme y que algún día… algún día… aprenderá como.

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