miércoles, 8 de diciembre de 2010

La caza

Alimentarse es fácil, sólo hay que abrir la nevera o la alacena y coger lo primero que se pille, pero nutrirse... nutrirse es algo diferente, es darle al cuerpo lo que necesita, lo que está pidiendo, cueste lo que cueste.

Hoy es día de caza, y siento ese ligero nerviosismo de la incertidumbre, de no saber si podré cobrar la pieza o no. Incluso las panteras pierden alguna vez una presa, puede que por un mal cálculo, o algún obstáculo en el camino que le permita escaparse.

Pero yo llevo semanas observándote, cómo atiendes a los clientes, cómo sonríes, y tu grado de amabilidad es más elevado que el de la mayoría, rozando la complacencia, sobretodo cuando te dejas llevar mostrando el funcionamiento de algún juguete. Mantienes ese espíritu juguetón que tanto me gusta.

Y he esperado el momento perfecto. Ahora hay mucha gente de vacaciones así que apenas hay clientes, y más en verano, que no es una época clave para los juguetes, los padres prefieren gastarse el dinero en un apartamento en la playa para la familia. Aprovecho para acercarme cuando estás ordenando las cajas de una de las estanterías, y me quedo observando algunos artículos cercanos.

- ¿Puedo ayudarla en algo? - Sabía que me atenderías rápidamente, siempre lo haces. Me tomo mi tiempo para observarte de cerca, ese aire intelectual que te dan las gafas sin montura, la corbata a la altura perfecta, y esa sonrisa que acaricio sin tocar.

- Pues sí, creo que puedes ayudarme... y mucho... - Deliberadamente provoco en tí el estar a la expectativa, esperando a qué te diga en qué me puedes ayudar, sosteniendo tu mirada que no tardas en desviar, algo azorado.

- Pues usted dirá. - Ahora ya no sabes como ponerte. No puedes seguir colocando las cajas porque se entendería como una falta de respeto al cliente, pero tampoco puedes hacer nada más hasta que yo te diga qué es lo que busco. Dejo pasar unos segundos más, que te parecerán interminables, para irte acostumbrando a mi ritmo, no al tuyo.

- Pues busco un disfraz para mi sobrino. - Esas palabras te liberan, y te giras de inmediato, mostrándome la dirección en la que está el expositor. Mi paso es lento, y te ves obligado a adaptar el tuyo al mío, y sin darte cuenta también adaptas tu respiración, que se hace más calmada.

- ¿Había pensado en alguno en particular? - Niego con la cabeza sin dejar de mirarte, y sacas algunos disfraces para muchachos, el de Spiderman, el del Zorro, con el que bromeo pidiéndote que te quites las gafas un momento para ver como queda el antifaz, con la excusa de que me parece muy grande para un niño, incluso te marco una enorme Z imaginaria en el pecho. Sonríes ante las bromas, y te relajas.

- Sé que probablemente no lo tendreis, pero siempre me ha gustado el personaje del Gato.. con botas - Pongo énfasis en la palabra botas y observo tu reacción. Es imperceptible a los ojos de los demás, pero ese parpadeo rápido me indica que la palabra "botas" tiene un especial significado para ti.

- Pues no, lo siento, ese disfraz no lo tenemos, quizá podría interesarle algún otro...

- Es una lástima... - parezco contrariada, o más bien decepcionada, sabiendo que tu natural complacencia buscará satisfacerme como clienta, porque una clienta satisfecha compra y vuelve, y eso te conviene.- Aunque siempre podríamos arreglarlo de otra forma... - Esa sonrisa de nuevo, ves una salida - ... yo podría poner las botas, y tú el gato... - Este es uno de los momentos en los que la presa puede escabullirse de entre los dedos, es tan sutil el movimiento... pero tragas saliva, y sonrío seductoramente. Un ligero rubor aparece en tus mejillas. Parece que he acertado. Te dejo unos segundos con esa sensación, que penetre hasta lo más profundo de ti, y luego te doy algo de margen. - Aunque también podría regalarle otra cosa, un coche teledirigido ¿teneis? - Respiras, aliviado de poder salir de la situación.

- Sí, sí, tenemos algunos modelos a muy buen precio, con bastantes accesorios. - Me conduces de nuevo, a mi paso, hasta la sección donde se exponen los coches, de todos los tamaños y colores.

- ¿Puedes mostrarme como funciona éste? - Elijo uno en concreto que lleva encima otro cochecito más pequeño, como si fuera un remolque.

- claro, por supuesto. - Lo coges de la estantería, junto con el mando a distancia. Este rincón es perfecto, ya que queda resguardado por las estanterías de la vista de los demás clientes y dependientes, así que cuando te agachas para dejarlo, como te he visto hacer otras veces, con la rodilla en el suelo, me sitúo detrás de ti y deslizo mi pie acariciando tu entrepierna suavemente. Tu reacción inmediata es de levantarte, pero yo te lo impido agarrándote firmemente por la nuca, empujando hacia abajo.

Este es otro de los momentos en que puede arruinarse la caza, un mal supuesto por mi parte, un error en mis deducciones y saltarás como un resorte. No puedo evitar contener el aliento.

Poco a poco vas cediendo, y permaneces en esa posición. Un suspiro de satisfacción se me escapa, y me inclino para rozar tu oreja con mis labios. Con una extrema sensualidad pero con firmeza te susurro... - ¿Puedes poner en marcha el coche, sin levantarte?

- Lo que usted desee... - Sonrío de satisfacción ante el temblor de tu voz, parece que has comprendido, que te estás rindiendo, y lo mejor de todo, que te gusta. Con el sonido de fondo del motor eléctrico, mis manos te recorren mientras te mantienes agachado, tu respiración más agitada, sé que tus ojos están cerrados porque el cochecito choca contra una pirámide de artículos en oferta.

Me acerco de nuevo a tu oído, quiero que sientas el calor de mi aliento en tu cuello, y te susurro en el mismo tono de antes. - Estoy satisfecha, me lo quedo ¿puedes traérmelo a casa? - Retiro la mano de tu nuca, que permanecía agarrándote con delicadeza, y puedes levantarte. Tardas unos momentos en hacerlo, y daría lo que fuera por saber qué está pasando por tu mente.

Recoges el cochecito sin decir palabra, ¿me habré equivocado en lo que he percibido en ti? Me indicas de forma atenta en dirección a la caja y marcas el importe. Sin dejar de mirarte atentamente, saco el monedero y te pago en efectivo. Guardas la caja en una bolsa que dejas en el suelo, a tu lado. Al levantarte me sonríes, ahora más calmado.

- Si me deja una dirección, a las diez termino de trabajar y podría llevárselo personalmente... y volver a mostrarle como funciona... - Esa sonrisa y el brillo en tu mirada me calientan por dentro, y la cazadora se relame de gusto.

Anoto la dirección en una tarjeta de las que tienes en el mostrador y la guardo en el bolsillo de tu chaqueta, aprovechando para dejarte un último susurro...

- Pasa sin llamar...


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