lunes, 20 de diciembre de 2010

The Magic Queendom (2): La escuela

La Escuela estaba situada en una ala alejada, manteniendo el estilo de los internados ingleses incluso en el diseño. Las aulas eran austeras, con sus pupitres y pizarras, y tenía sus propios alojamientos con baños comunitarios y comedor. En general pretendía despertar en los alumnos ese sentido de aprendizaje intensivo, y potenciar el internamiento y la inmersión psicológica.

La lista de 1200 candidatos se había reducido a tres grupos de 20 personas, dos de ellos de sumisos innatos y el otro de esclavos sexuales. La educación serí diferente para unos y para otros, y las profesoras habían sido seleccionadas cuidadosamente. También teníamos un grupo de Amas que habían manifestado su interés en aprender más sobre técnicas, y profundizar en la dominación psicológica.

En conjunto formaban una interesante experiencia sociológica, y aunque ya habían algunas escuelas dedicadas a promover los conocimientos del BDSM, en esta Escuela quería intentar algo diferente: recuperar la figura de los hokan y plantear las bases de cambio para una sociedad mucho más equilibrada. Era una idea utópica, pero al parecer había tenido resonancia en la comunidad BDSM y la prueba estaba en lo difícil que había sido elegir unicamente a 60 personas entre tantas candidaturas. Sólamente el proceso de selección había durado tres meses, con serías dudas y replanteamientos, pero al final, tanto para las profesoras como para mi, habíamos llegado a un consenso aceptable.

Me había reservado algunas de las asignaturas para formar parte del proyecto de una forma directa, y para poder evaluar personalmente el aprovechamiento de las clases y el aprendizaje.

Cuando llegué al aula me detuve un segundo ante la puerta, consciente de que éste podía ser el primer paso de un proyecto importante, un proyecto vital que permitiría a muchas personas poder vivir de forma consecuente a su forma de ser. El silencio me hizo sospechar que quizá no habían sido convocados en el lugar adecuado, pero al entrar me sorprendí gratamente al comprobar que las 80 personas estaban sentadas y esperando. Las Amas se sentaban en dos tarimas laterales que rodeaban las filas de sillas que se alineaban en el centro de la sala. Todas las miradas se dirigieron en mi dirección y me tomé mi tiempo para subir a la tarima, donde disponía de un micrófono para hablar.

- Buenas tardes a todos y bienvenidos a la escuela del Magic Queendom. - Se escuchó un leve murmullo de respuestas.- Como ya sabeis esta es la primera promoción de alumnos y alumnas... - me incliné ligeramente saludando a ambos lados de la sala, y finalmente al centro.-... y como tal tendrá siempre esa calidad especial de los pioneros, de los que se atreven a hacer algo diferente. Tal como se os informó en los memorándums que se os envió juntamente con el formulario de solicitud, vamos a recobrar una tradición japonesa, mezclándola con tintes de otras culturas, hasta convertiros en los primeros hokan occidentales, los equivalentes a las geishas, para haceros especialistas en complacer, agradar, satisfacer y honrar a las que vayan a ser vuestras Dueñas, Amas o Señoras.- Podía ver perfectamente a los alumnos de las primeras filas, y diría que sus ojos brillaban ante esta perspectiva, incluso se pudo escuchar algún suspiro.

Detrás de mi, en el escenario, estaban sentadas las 6 profesoras que iban a impartir las diferentes disciplinas: protocolo, habilidades sociales, técnicas, habilidades domésticas, inmersión histórica, y habilidades personales, habiéndome reservado para mi la de filosofía de la Dominación Femenina. Siete asignaturas, siete Mujeres de gran personalidad y conocimientos en sus campos, un número mágico, ya que todo lo que rodeaba este gran proyecto estaba impregnado de simbología.

- Veo que todos habeis recibido vuestros "uniformes" sin problemas, y me comentan que ya teneis asignados vuestros dormitorios. Habreis comprobado ya que los dormitorios y estancias de los sumisos no tienen puertas, y eso tiene su razón de ser: en este lugar nadie será forzado a realizar nigún tipo de práctica ni a aprender aquello que no quiera, y en ese sentido todo lo que se haga se hará a la vista de todos, y de esta forma también os ireis acostumbrando a que vuestra intimidad será la que vuestras Dueñas determinen.
Aun estando a unos metro de distancia podría decir que podía captar la aceleración de sus pulsos y sus respiraciones. Los uniformes estaban diseñados para mostrar en todo momento sus reacciones, formando ello parte de su aprendizaje.

- En los próximos días, vuestras respectivas profesoras... - la puerta a mi derecha se abrió impetuosamente y apareció un acalorado alumno que, al recibir las miradas curiosas de todo el mundo, enrojeció de golpe.

- Siento llegar tarde, el tren se retrasó y no conseguía encontrar... - le indiqué con un gesto que guardara silencio y que se sentara en una de las sillas vacías de la primera fila, lo que hizo algo azorado.

- Como os decía, vuestras respectivas profesoras os informarán del contenido de cada asignatura, y también lo que se espera de vosotros al finalizar el periodo lectivo. Para cualquier duda o problema que pueda surgir, Lady Katrina será vuestro enlace, algo así como vuestra tutora, y quien se encargará de velar para que no os falte de nada.- Me giré para presentar a Lady Katrina, mi buena amiga, que ya estaba de pie a un paso por detrás de mi e inclinaba levemente la cabeza en dirección a los asistentes.

- No quiero prolongar más la presentación, y únicamente agradeceros la confianza en esta escuela y en nuestra visión. En la sala contigua hay un pequeño piscolabis, el último en el que podreis elegir libremente lo que comeis, hasta que finalice el curso. - No pude evitar sonreir en dirección a las Amas, que asentían y se inclinaban ahora en mi dirección.

- Ese es el alumno 28, el que ha llegado tarde, ya te dije que... - miré a Lady Katrina con una sonrisa divertida.

- Querida, siempre tiene que haber alguien que dé la nota, es lo que hace que en toda comida, ese toque de pimienta la convierta en sabrosa. No te preocupes, no creo que nos dé problemas.- No demasiado convencida Lady Katrina bajó de la tarima junto con el resto de profesoras para entablar conversación con las Amas, que ya se habían reunido en el centro de la sala, donde iban a ser servidas por el personal del Magic Queendom.


jueves, 16 de diciembre de 2010

The Magic Queendom (1): Apertura

No había sido sencillo encontrar el lugar y mucho menos la financiación para un proyecto de este tipo y de esta envergadura, pero ahí estaban los planos sobre mi mesa de la remodelación del castillo, con los anexos temáticos, el ala de alojamientos, las cuadras, el pequeño circo romano, los baños árabes, los jardines, y una zona privada para el personal permanente. En conjunto unas 30 hectáreas, en un lugar remoto pero accesible, a escasamente una hora de distancia de Barcelona.

La discreción demostrada por el gabinete de arquitectos ante algunas de mis exigencias era exquisita, y tampoco había habido ninguna reticencia a emplear como mano de obra a personal cualificado ajeno a su empresa, personal que les había sorprendido por su dedicación y su capacidad de trabajo. Cuando se corrió la voz de que Magic Queendom se iba a construir no faltaron los voluntarios que querían contribuir al proyecto, con sus manos, con sus habilidades, sabiendo que entre sus paredes se iba a realizar uno de sus mayores sueños: el Reino de la Dominación Femenina en España.

Ya había otro referente, el OWK, situado en Praga, del que se contaban muchas anécdotas, pero no dejaba de ser un reducto para profesionales, algo muy diferente de lo que intentábamos hacer en el Magic Queendom. La idea de un parque temático, encuadrado en el mundo BDSM, pero dando prioridad a la ambientación histórica y a la faceta lúdica, era un enfoque diferente, con la intención de crear un entorno en el que las numerosas parejas de Amas y sumisos que había ido conociendo, más las que sabía que existían, tuvieran un lugar en el que dar rienda suelta a sus juegos y fantasías.

- Tenemos un retraso en la entrega del mármol rosa para los baños árabes. - Miguel era el encargado del proyecto y había demostrado una gran capacidad de adaptación, de ideas rápidas e innovadoras que se habían plasmado en un circo romano aparentemente antiguo con todos los beneficios de la tecnología moderna: calefación radiante, altavoces escondidos, asientos a dos niveles, argollas incrustadas en la piedra, y en conjunto era un rincón acogedor y al mismo tiempo sobrecogedor, sobre todo la parte de las mazmorras subterráneas, en las que sorprendia el aspecto lúgubre y a la vez cálido de sus estancias.

La intención general había sido la de recrear momentos históricos en los que el hombre se hubiera podido someter o situar en un escalafón inferior a las mujeres, ya fueran éstas nobles o influyentes, o simplemente de una raza "superior". El pequeño poblado de casas de madera que estaba en el extremo noroeste era una posible versión de un asentamiento de Amazonas, mujeres guerreras que se regían por un matriarcado, en cuya sociedad los hombres tenían un papel claramente secundario pero necesario.

- Bien, ¿eso nos retrasará la fecha de apertura? Sabes que las invitaciones están enviadas ya, y que la fecha tope es el 21 de Marzo, coincidiendo con el solsticio, y no me gustaría tener que retrasarla. Hay actividades relacionadas precisamente con esa celebración que no tendrían sentido hasta tres meses más tarde.

Estaba viendo las últimas fotografías del aspecto que estaba tomando el Templo Griego, dedicado a las Diosas en general, cada una representando una cualidad excelsa de la Feminidad, y me estaba imaginando ya como quedaría iluminado con focos indirectos, antorchas y velas, con telas rojizas envolviendo las columnas, y el aspecto radiante que tendrían las Mujeres ataviadas con túnicas doradas, las sacerdotisas que llevarían a cabo la iniciación de los numerosos sumisos que se habían apuntado a la lista de aspirantes, una lista que se había abierto al inicio del proyecto y que contaba ya con más de 1200 miembros.

- No, no, llegará a tiempo, igual que esa bañera forjada de cuatro patas que pidió para su baño personal... - ¿me lo parece o se ha sonrojado? quizá sea por la de "arreglos" que ha tenido que realizar en mis alojamientos privados, para los que seguro que habrá imaginado mil y un usos.

- Estupendo Miguel, y si no hay nada más que tratar, me están esperando en la escuela, para cualquier cosa me encontrarás allí.

- Muy bien, Señora. - Sonrío complacida mientras me retiro por la puerta del fondo, la que lleva al ala de aprendizaje, recordando la primera conversación en la que Miguel me tuteó y la cara que puso cuando le dije que me llamara Señora cuando tuviera que dirigirse a mi o preguntar por mi, Señora Alyna.


martes, 14 de diciembre de 2010

Serie Artúrica (4): La presentación oficial (2ª parte)

Durante la cena la charla es animada, y aunque los sirvientes de Pilar se acercan a mi plato para servirme, tú te adelantas a ellos, para ser tú quien lo haga. Es una delicia observar el estilo de tus ademanes, corteses pero deferentes, atento a cuando se vacía mi vaso para llenarlo. Ellas te observan aunque disimulen, lo sé porque desvían la mirada rápidamente cuando se cruza con la mía, como si no osaran mirarte sin mi permiso. Nos conocemos de hace años, y desde que ocurrió lo que ocurrió con Adelina hicimos un pacto entre nosotras: jamás desear el esclavo o el sirviente de otra, y desde entonces tenemos la confianza para presentaros en público, que constituye una de nuestras mayores diversiones.

Pero aunque exista el pacto, la curiosidad es una prerrogativa femenina inevitable y eres un manjar demasiado suculento como para dejar pasar la oportunidad de devorarte.

- Alyna, corazón... ¿nos vas a tener toda la noche hablando de bobadas cuando podríamos estar hablando de tú sabes quién? - Pilar ha sido la primera en abrir el frente, y las demás han callado de repente dejando detrás de sus inquisidoras miradas un silencio incómodo.

- Creo que ya sabeis todo lo que necesitais saber - sonrío para mis adentros mientras sorbo la limonada fría. Las muestras de desaprobación no se hacen esperar.

- No es justo que nos traigas a alguien y al menos no nos lo presentes. - Es el momento de mirarte, tu mirada al frente, tu expresión ausente, como si no oyeras nada.

- Que fina eres Lurditas, yo no quiero que me lo presente, quiero que le desnude - Candela golpea en la mesa y uno de los sirvientes de Pilar se acerca presto a rellenarle la copa de vino tinto. Con un poco de suerte para cuando se termine la cena estará tan bebida que ya no se acordará de nada, o caerá dormida en el sofá. Las demás me miran de reojo, intentando adivinar cual es mi intención. No saben que mi intención esta noche es ponerte a prueba a ti, pero no como ellas quieran. Quiero saber si... hay un paso entre sirviente y algo más, uno del que me gusta estar segura antes de darlo, ya que estás en mi casa contratado, y no me gustaría descubrir que cualquier otra expectativa sobre ti sería solamente cumplida por la remuneración. Y sólo hay una manera de saberlo.

- Bueno, ya que tanto interés teneis en hablar de él... - de nuevo el silencio expectante.- ... puedo comentaros que es un sirviente de primera categoría, da unos masajes de los que te quitan el sentido, tiene unas manos divinas, y cuando me enjabona... - creo que mi cara de éxtasis ha causado el efecto deseado, porque las cucharas del postre han quedado todas suspendidas en el aire, a medio camino entre los platos y sus bocas.

_ ¿Tan bueno es? - Parece que empieza a suscitar interés.

- Querida Feli, es tan bueno que pierdo la cuenta de los orgasmos. - Es una mentirijilla piadosa con una doble finalidad, la de secuestrar su atención y la de inquietar la tuya. Ellas desconocen que aun no me has tocado íntimamente, que siempre llevas guantes, pero su imaginación ya se ha disparado, al igual que supongo que la tuya también.

- Ostras Alyna, siempre has tenido suerte eligiéndolos, en cambio yo... - Candela ha tenido ya más de una docena de esclavos, con resultados muy variopintos, aunque ninguno favorable. - Ya sé que tenemos un pacto, pero caray, como me gustaría por una vez encontrar a uno como el tuyo.

- Si es así, Candela, estás de suerte esta noche, porque voy a despedirle. - Creo que esperar a que me estuvieras sirviendo la bebida para soltar esta bomba ha sido un poco cruel por mi parte. Menos mal que la limonada no mancha. Candela no pierde el hilo y se agarra al clavo ardiendo.

- ¿Estás segura?¿No dices que es tan bueno? - Es lógica su incredulidad, y tengo que reconocer que ver sus caras de desconcierto me divierte sobremanera. Romperle a los demás sus esquemas es algo que llevo practicando toda la vida y que tiene innumerables recompensas, aunque de vez en cuando también me haya llevado algún chasco.

- Y así es, pero me he cansado de pagarle, ya no quiero tener más sirvientes de pago, ahora sólo quiero sirvientes vocacionales, de los que me sirvan por el placer de hacerlo. Y claro, Arturo está conmigo por el contrato de trabajo, así que no me sirve.- Las piezas están colocadas en el tablero, y empieza la partida. Las chicas se miran unas a otras, ninguna se atreve a dar el primer paso, pero al mismo tiempo todas lo están deseando. Están acostumbradas a tratar con esclavos, no con empleados, y no saben muy bien como dirigirse a ti, y tampoco saben seguro si hablo en serio o estoy bromeando. Como me conocen... me gusta apostar fuerte y este movimiento es de jaque.

- Esto... Alyna... yo no sé muy bien si te das cuenta de que ahora el pacto ya no se aplica, puesto que acabas de despedirle, y por lo tanto ya no es tuyo... - Raquel siempre ha sido la más comedida y diplomática, aunque el brillo de sus ojos me deja entrever su interés.

- Por supuesto querida, ahora mismo Arturo es libre de decidir lo que quiera, ya no tiene una obligación contractual conmigo. - Mi mano se posa delicadamente sobre tu antebrazo que aun sostiene la jarra de la limonada, estás desconcertado ante lo que está sucediendo, y detecto un ligero temblor, y por una vez me miras directamente a los ojos. Pareces estar todavía digiriendo la información, aunque yo sé que eres muy listo y acabarás por comprender la jugada. O eso espero...

- Arturo... es Arturo ¿verdad? - Raquel está usando su voz más persuasiva, con ese tono de amabilidad irresistible. - Puesto que te has quedado sin trabajo, yo podría ofrecerte uno en mi casa, podría pagarte lo mismo que te estaba pagando Alyna y...

- !Yo te pago el doble que ellas! - Candela casi se cae encima de la mesa al ponerse de pie para dar énfasis a su propuesta, - !O lo que haga falta!

- Candela, niña, contrólate - la voz de Pilar suena autoritaria, es la única que puede controlar el temperamento explosivo de Candela.

- !Yo lo quiero! - Cae pesadamente en la silla, empujada suavemente por Feli.

- Bueno, yo creo que este joven tiene boca, así que ¿porqué no mejor quien quiera hacerle una propuesta que se la haga y que él decida? - Lo dicho, Raquel siempre tan armonizante. - Yo mantengo mi oferta, siento no poder mejorarla.. - Esa mirada de reojo hubiera atravesado a Candela si ella no hubiera estado tan perdida en su nube. Por supuesto el sopor ya está haciendo mella y no reacciona al comentario de Raquel, así que su propuesta queda en el aire. Las demás parecen dudar, es algo que no esperaban, y hay quien no tiene posibilidad de tener a nadie más o quien no quiere.

- A mi también me gustaría ofrecerte algo, y espero que sea suficientemente tentador. - Vaya, no lo esperaba de Pilar, que siempre está rodeada de sirvientes, ¿para qué querrá uno más? - Estoy buscando a alguien muy especial, que se ocupe no solo de la casa, de mi, sinó también de mis negocios... - Pilar se acaba de comer mi alfil, y ha desmontado mi jaque, tendré que sacar la artillería pesada. - Podría contratarte como mi asesor personal, secretario y estarías al mando de todos mis sirvientes, después de mi, claro está. Y cobrando quizá no el doble... pero sí algo más que ahora.

Bien, toda jugada corre el peligro de no haber tenido en cuenta todos los factores posibles, y en este caso no contaba con la aparición de Pilar en la ecuación. Parece que ya reaccionas y la propuesta no te parece descabellada, por la medio sonrisa que se dibuja en tu cara. Es el momento.

- Antes de que tomes ninguna decisión, Arturo, déjame comentarte algo... - me levanto despacio, dando a mi intervención la debida solemnidad, y de pie quedo un poco por encima de ti, no demasiado, pero sí lo suficiente. Me acerco rozándote levemente con mi cuerpo, como hiciera tantas veces a lo largo de este tiempo que has estado conmigo, acercando mi boca a tu oído, dejándote sentir mi respiración agitada, como cuando me bañas y tu mano se desliza entre mis piernas, acariciándote la nuca y susurrándote con voz sensual, grave - Sólo recuerda quién te hace vibrar, y quién aparece en tus fantasías, y pregúntate si eso hay dinero que lo pague... - Me separo de ti, mirándote fíjamente a los ojos, sabiendo que todo este tiempo has estado deseando algo más, no sólo a nivel sexual, sinó a otro nivel, dándole a tu servicio una trascendencia que no ha tenido hasta ahora. Tragas saliva, y un reguero de sudor perla tu frente.

- Creo que ya lo tengo claro, y sé lo que quiero.


Serie Artúrica (3): La presentación oficial (1ª parte)

Mientras esperamos al taxi que has avisado, me recreo en tu nerviosismo, en tus miradas de reojo al espejo de la entrada para asegurarte de que se te ve bien, en como te retocas el pelo, pensando que no te veo, porque uso el reflejo del cuadro que hay enfrente. En cuanto me doy la vuelta vuelves a tu compostura habitual, tu corrección, como si realmente solo saliéramos de compras, pero sabes que espero mucho de ti esta noche, y no quieres defraudarme.

Supongo que ya habrás hablado con el resto del servicio, y te habrán contado sobre las idas y venidas de los anteriores "asistentes", de como por las noches les despertaban aquellos sonidos secos y repetitivos que no sabían atribuir, de extrañas situaciones que les sorprendían...por suerte ya llevan un tiempo conmigo y han terminado por acostumbrarse a lo que ellos denominan mis "excentricidades".

Pero tú aún navegas por el mar de las dudas, estás empezando a conocerme, y eso te hace aun más encantador si cabe. De repente algo pasa por tu mente y me miras con curiosidad.

- Perdone, Señora, si me permite el atrevimiento, ¿cuántos invitados habrá en la cena? - Ya veo que pretendes anticiparte, estar preparado en la medida que puedas.

- Invitadas, son todo invitadas, y creo que seremos unas diez, más o menos.- El brillo de tus ojos te delata, diez mujeres pendientes de ti es algo que te entusiasma, sin duda.

- ¿Y habrá otros sirvientes, Señora? - Podría jurar que el pantalón te queda algo más ajustado que hace unos minutos, como si de repente mil imágenes estuvieran cruzando por tu cabeza. Espero que en ninguna de ellas aparezca más Señora que yo, no por celos, sino por una cuestión de territorialidad. En general los felinos evitan la competencia, a excepción de las leonas que cazan juntas, aunque creo que lo hacen más como forma de asegurar la pieza que por un verdadero sentido de colaboración. Es algo que he tenido ocasión de observar, a un grupo de cazadoras actuando en coordinación, siendo capaces de hacer caer al más resistente de los hombres.. caer de rodillas, por supuesto. Así que esta noche, entre tanta Señora, puede suceder cualquier cosa, y eso me parece hasta cierto punto estimulante. En realidad no sé la respuesta a esa pregunta, ya que no soy la anfitriona, pero me sirve para jugar un rato contigo, como la gata con el ratón.

- ¿Es lo que te gustaría, que hubiera otros sirvientes con los que compararte? - Por tu expresión deduzco que no iba por ahí tu pensamiento.- Ya veo, es al contrario, preferirías tener a diez Señoras para ti solito, a las que atender... - dejo el comentario en el aire, que por el rubor de tu rostro veo que ha dado en la diana - ... será que no tienes suficiente con atender a tu Señora... - justo esa expresión de contrariedad buscaba, el dilema entre tus fantasías y las mías, entre complacer tus deseos o los míos.

- No, Señora, no quisiera servir a ninguna otra, yo ya he encontrado lo que buscaba. Solo que imaginaba que al atenderlas a su entera satisfacción haría que usted se sintiera orgullosa de mi. - Una respuesta inteligente, diría que bastante sincera, si no fuera por el reguero de sudor que se ha formado alrededor del cuello de la camisa, que contrasta claramente con la palidez del rostro.

- Por supuesto, pero recuerda que no se trata de SU satisfacción, sino de la MIA. - Esas lobas son capaces de aprovecharse de la situación, como si no nos conociéramos ya. En cuanto ven la oportunidad de darle un bocado a un buen trozo de carne se olvidan del código y hasta de sus nombres, sobretodo Candela, que últimamente está pasando bastante hambre desde que se quedó sin esclavo, creo que por eso anda algo desquiciada. No se puede ejercer de Señora sin alguien que ejerza de sirviente, es ley de vida.

Al final llegamos sin incidentes a la casa de Pilar, un chalet a las afueras, de altos parterres y un dineral gastado en medidas de seguridad y aislamiento. Es un lugar de encuentros, y cita obligada el último domingo de cada mes, cuando se celebra la reunión privada a la que solo los más allegados tienen acceso. De momento no he tenido ocasión de traerte, aun no estás preparado, y esta cena me servirá para ponerte a prueba. Llamas a la puerta, observándolo todo, y nos abre Toño, el sirviente de Pilar, bueno, uno de ellos. Si no recuerdo mal Toño lleva con ella años, casi desde que la conozco, un hombre discreto, educado y obediente, que la sigue por toda la casa atento a sus indicaciones. Me sonríe al reconocerme y me indica el conocido camino hasta el salón. Estas cortesías son importantes aunque parezcan obvias, sirven para delimitar, definir las posiciones. Al entrar se hace el silencio entre las seis mujeres presentes, un silencio expectante, revelador de que hablaban de mi antes de llegar.

- Vaya, si que habeis llegado pronto ¿ya estabais aburridas en casa? - Me siento en uno de los sillones y enseguida te arrodillas a mis pies para quitarme los zapatos, y darme un masaje, sabes cuanto me machacan los pies esos zapatos, y eso levanta un leve murmullo de aprobación. Al terminar permaneces a mi lado, arrodillado con la mirada dirigida al suelo, viendo si mirar, oyendo sin escuchar.

Intento observarte desde el punto de vista de ellas, de alguien que te ve por primera vez, y sé que tu rostro agradable, tu elegancia, tu pecho marcado, tus manos delicadas, tu trato exquisito, tu fuerza rendida a mis pies, no las deja indiferentes.

- Fuimos juntas de compras antes de venir - me comenta Feli, mostrándome un uniforme de asistenta, con delantal blanco y cofia, con una sonrisa torcida que reconozco perfectamente.

- Feli, querida... solo si te portas bien, lo cual es bastante difícil para ti.- Sé que es algo que forma parte de tus fantasías, el servir a un grupo de Señoras vestido de asistenta femenina, pero es algo que solo voy a permitir si eres el único sirviente presente, cosa de la que aún no estoy segura. Y por otra parte me divierte el que estas brujas entrañables sufran un poco, están demasiado acostumbradas a ver cumplidos todos sus caprichos. Pero tus ojos ya se han posado sobre esas prendas, tu respiración se ha agitado y me ha parecido ver una sonrisa fugaz, que ha desaparecido tan rápidamente como ha surgido. Es lógico que la curiosidad, la expectativa estén alimentando tu imaginación.

Suena el timbre de la puerta y llegan las dos que faltaban y aun no hay señales de la anfitriona. Veo desaparecer a Toño rápidamente, así que seguro que ha ido en su busca. A Pilar le encantan las entradas triunfales, y en efecto, a los pocos minutos aparece llevando tras de sí a dos esclavos con collares y cadenas, magníficos enfundados en sus ropas de látex, irreconocibles tras sus máscaras.

Es el momento de los saludos y de comentar el buen aspecto que tenemos todas, algo de lo que no se duda jamás. De reojo observo tu comportamiento, atento a pesar de parecer absorto en el diseño del parquet. Bajo la mano y te indico con un leve gesto que te acerques, haciéndolo inmediatamente, y te indico con otro gesto que te coloques debajo de mi en posición de banqueta, para poder sentarme y seguir charlando, ya que no hay suficientes asientos. Hemos establecido un sencillo lenguaje de signos para las veces en las que no me apetece hablar, o como en este caso, cuando hacerlo interrumpiría una conversación.

- ¿No vas a desnudarle? - Creo que habrá que conseguirle un esclavo nuevo a Candela y rápido, ya que empieza a tener las manos muy largas.

- Candela, cielo, aquí solo toco yo. - Con cariño retiro la mano que ella ha posado en tus nalgas con tan poco disimulo, y aprovecho para acariciarte descaradamente, provocando la salivación de Candela.- Y no, no voy a desnudarle, me gusta tal y como está.- El mohín en su cara me divierte, y el tener el dominio sobre ti me produce un hormigueo de satisfacción.

- Eres horrenda, no nos haces ni una concesión. - Sonrío, como lo haría ante una niña caprichosa.

- La noche es joven Candela, no quieras empezar por el final. - Esta vez sonríen todas, con miradas de complicidad, y debajo de mi, tú te estremeces.


Serie Artúrica (2): El baño

Me asomo por la puerta, sin hacer ruído, me gusta sorprenderte en tus quehaceres diarios, observarte furtivamente, aunque estoy convencida de que notas mi presencia antes de que yo misma decida venir. A veces me asusta la capacidad que tienes de adivinar mis deseos, pero me resulta muy relajante no tener que estar decidiendo continuamente. Parte de vivir más cómodamente es el no tener tantas cosas en la mente, simplemente poder disfrutar de las delicias que mi vida me proporciona... siendo tú la más sabrosa de todas ellas.

Inclinado sobre la bañera, con tu camisa blanca casi transparente, tus pantalones ajustados, siempre me ha parecido muy sensual adivinar más que ver, y aunque sé que algunas de mis amigas prefieren a sus sirvientes desnudos, a mi me quita el placer de redescubrirte una y mil veces. El deseo se alimenta con la carencia, desear es no haber conseguido aún, y es anhelar el volver a tener o volver a sentir.

- Mmmmm.... esencia de rosas, mi preferida.- Te giras de inmediato, como si te hubiera sorprendido, y de rodillas aún te inclinas ante mi.

- Señora, he pensado que era la más apropiada para el vestido que ha elegido para esta noche.- Miro en dirección a la cama, donde el raso rojizo destaca sobre el negro de las sábanas de seda. Un vestido de escote largo, pero ceñido sobre las costillas, suelto hasta los pies, fresco y que se adapta a mis formas con naturalidad.

- Es una buena elección, ¿está ya el baño preparado? - Curioseo entre las toallas, cremas, jabones, acariciando tu cabeza al pasar por tu lado. Siento como tu mejilla me roza la pierna, en un gesto de adoración. Puedo sentir esa voluptuosidad que imprimes en cada roce, con delicadeza, con disimulo, enervando cada fibra de mi feminidad.

- Sí, Señora, estaba comprobando la temperatura del agua, y está justo como a usted le gusta, ni muy fría ni muy caliente... - Y esperas... esperas el momento en el que te diga que puedes desvestirme, que puedes ayudarme a entrar en la bañera, y conoces cada paso del ritual: verter el agua sobre mi cuerpo, viendo resbalarse las gotas por mi piel y sobre mis pechos, mirando sin mirar, deseando sin poder, porque entonces te enfundas esas manoplas de toalla, con las que me enjabonas, pero no puedes sentir el tacto de mi piel en tus dedos, solo adivinar por los roces casuales que te permito tener, incluso cuando enjabonas mis zonas más íntimas el guante te impide sentir plenamente sus formas, y sólo puedes alimentarte de los suspiros que me provocan esas toscas caricias. El cabello es lo único que puedes tocar con tus dedos desnudos, y al enjabonarlo noto que juegas con él como si ensortijaras mi vello púbico, como si acariciando mi cabeza pudieras acariciar todo mi cuerpo.... y así es... noto como me recorre una sensación electrizante que despierta mi deseo... y sonrío.

- Es suficiente, Arturo, hoy no podemos llegar tarde, es tu presentación oficial. - Hace semanas que comento con mis amigas que he encontrado al sirviente perfecto, y están todas muertas de curiosidad. Por supuesto la invitación a una cena formal no se ha hecho esperar, y para ello he encargado un traje que te queda indecorosamente elegante: camisa de pecho abierto, pero no demasiado, no quiero que parezcas un escaparate, pantalón ajustado pero no estrecho, a medida, con la caída perfecta, incluso esos gemelos que han dejado de usarse y que a mi me parecen tan distinguidos.- Ve a vestirte, está todo en tu habitación. - Te levantas, dudando, no es habitual romper el ritual del baño, en el que acto seguido me secas con la toalla, uno de los mejores momentos para tí, porque me abrazas al hacerlo, y mucho menos perderte el placer de vestirme, de colocar cada una de las prendas sobre mi cuerpo. - Vamos, Arturo, no te quedes ahí parado...

- Entonces ¿no desea que la vista hoy? - Ese ceño fruncido es tan adorable... las costumbres tienen su parte buena, no hay que ir recordando las cosas, pero si hay algo más delicioso que establecer una costumbre, es romperla.

- No, hoy me vestirá Lucía. Venga que se hace tarde... - te indico con la mano que salgas del baño, y ya en la puerta te giras y te inclinas de nuevo, sonriendo para ti. Reconozco que eso me entusiasma, la capacidad que tienes de comprender las sutilezas de mis decisiones, a pesar de que supongan para ti un cierto desaliento por la frustración.


Serie Artúrica (1): La entrevista

Repaso la lista de nombres mientras le doy un sorbo a la limonada helada que tengo sobre la mesilla. Qué difícil parece encontrar lo que busco, ya no queda ese sentido de satisfacción genuina que se produce al servir. En los momentos de crisis que vivimos llaman más la atención otros aspectos. Cojo de nuevo el periódico doblado en el que hace unas semanas viene apareciendo mi anuncio:

"Si sientes vocación de servicio, si eres alguien hábil y entrenado en hacer la vida más agradable y fácil, te ofrezco un lugar donde vivir, un sueldo razonable, una oportunidad de aprender y crecer, haciéndote sentir útil y valioso para tu Señora. Sólo personal masculino."

Ahora que lo releo, tendría que haber añadido algo así como "Abstenerse aprovechados y/o necesitados." Por desgracia, la adulación se confunde a menudo con la necesidad de agradar, y también con la necesidad de comer. La desesperación nos lleva a intentar cualquier cosa, aunque no sea lo que verdaderamente sentimos, y en las quince últimas entrevistas he podido ver un grado elevado de esa desesperación... padres de familia que por llevar algo de dinero a casa se ofrecen, vagabundos sin techo, curiosos sin autenticidad... sin saber que lo que yo busco tiene mayor profundidad.

Leo el siguiente nombre: Arturo Mendez, 35 años, de Barcelona, disponibilidad inmediata y absoluta, y me llama la atención sobretodo la última frase del mensaje: "A sus pies para servirla". Mmmmm.... esos toques de distinción marcan la diferencia entre ser educado o ser servicial. Suena el timbre de la puerta y oigo los pasos apresurados de Lucía, y después el coro de unos pasos marcados, acompañándola hasta el salón.

- Señora, el señor Mendez ha llegado.- No hace falta decirle nada, Lucía sabe de sobra que tiene que dejarnos solos, y que no requiere de ninguna indicación por mi parte para hacerlo. Sigo repasando la lista, aún me quedan diez personas más por entrevistar, y siento como me vuelve la jaqueca, ese dolor agudo en las sienes que no se va con nada excepto la oscuridad absoluta.

Sé que estás esperando en la puerta, no has dado ni un paso más de donde te dejara Lucía, ni has dicho palabra alguna. Tu nota es breve, casi críptica, nombras cierta experiencia sirviendo a otras Señoras pero sin más detalles. Eso despierta mi curiosidad y te ha hecho entrar en la lista de pre-seleccionados. Ha llegado el momento de hacerme una primera impresión y te miro. Mmmmm.... bien vestido, elegante pero informal, manos a la espalda, la mirada en la alfombra, paciente, tranquilo, de aspecto agradable, esto ya marca una diferencia.

- Adelante, Sr. Mendez, no se quede en la puerta.- Te indico el escabel que hay frente a mi, que es considerablemente más bajo que el sillón en el que me siento. Avanzas casi sin levantar la mirada y al llegar a mi altura tiendes la mano hacia mi y al darte mi mano la volteas para besar levemente el dorso.

- A sus pies Señora.- Parece que esa posición descendida del asiento no te turba, como lo hiciera con los demás.

- Muy bien... Arturo ¿verdad? Veo que has servido con anterioridad a otras Señoras... - dejo el comentario en el aire, pero el brillo que ha cruzado tu mirada, esa leve curvatura de tu comisura izquierda, la ligera elevación de la ceja... ¿es satisfacción, mezclada con cierta lascivia? - Como ves no busco a alguien para el servicio doméstico, se trataría más bien de un servicio... personal, también privado, de ahí que se requiera que estés a mi disposición en todo momento, ¿supone eso un problema?

- Señora....- Me miras por primera vez directo a los ojos, con una intensidad inesperada - ... nada me complacería más. - Siento ese hormigueo que se forma en mi vientre cuando alguien despierta mi lado oscuro. Siento también como me recorres con la mirada hasta volver a mirar a la alfombra. Sumisión y deseo, una mezcla deliciosamente perfecta.

- Muy bien, estarás a prueba unos días, hasta que decida si te quedas a mi servicio o no. No te preocupes, tus necesidades serán atendidas... - De repente te arrodillas frente a mi, y te agachas para besar mis pies. No son besos de etiqueta, igual que no lo fué el que me diste en la mano, están cargados de sensualidad, y de... vigor, sí, resultan vigorizantes.

- Gracias, Señora, espero que mis servicios resulten de su total agrado, y si en alguna cosa la contrariara, por favor, no dude en corregirme, aprendo muy rápido, se lo aseguro... ¿Puedo retirarme? - Por mi mente han cruzado mil imágenes en un segundo, imágenes en las que tus manos recorrían mi cuerpo untándolo de aceites, en las que tu boca me servía de copa, tu lengua refrescaba mi piel en estos días tórridos de verano, en las que me desvestías con esa mirada pícara y tímida a la vez, en las que en tu torso desnudo pintaba figuras con chocolate, en las que me ayudabas a cruzar un charco levantándome en volandas para no manchar mis delicados pies.... - ¿Señora...?

- Oh, sí, claro.... Lucía te indicará donde está tu habitación. - Te veo marchar a paso seguro, y girarte en la puerta para inclinarte en señal de respeto.

Cojo la lista de las entrevistas que me quedan, y aun perdida en mis imágenes la rompo en trocitos pequeños.

- Lucía! Ya no recibiré más visitas hoy. Diles... que el puesto está cubierto.




jueves, 9 de diciembre de 2010

Las 10 reglas de Oro de una Dominante

1.- Se paciente: Hasta que un sumiso se te entregue, no tienes derecho a ordenarle, dale tiempo para que te conozca y sepa como eres. La delicadeza y la sutileza son dos de las principales características de la dominación, así como la fuerza y la educación y el respeto. Debes mostrar la misma agudeza que tienes en la vida real.

2.- Se humilde : Puedes ser una excelente Ama pero no todo el mundo necesita saberlo ni hay que ir predicándolo a voces. Tendrás muchas oportunidades para mostrar lo buena que eres, así como para poder ponerte en evidencia. No te engañes a ti misma con ensoñaciones que sabes que no podrás cumplir.

3.- Manten tu mente abierta.- Aunque tradicionalmente la Ama es la maestra en la D/s, también puedes aprender de tu sumiso . Muéstrate predispuesta a aprender de otras dominantes que no piensan como tú. Y date cuenta que cada una tiene su propio estilo.

4.-Se comunicativa : eres responsable de reunir información sobre tu sumiso, cosas tales como experiencia, límites, gustos así como su estado de salud. Jugar sin estos conocimientos es como jugar a la ruleta rusa. Habla claramente con tu sumiso, para despejar cualquier duda. Explicita las reglas y los límites y no des por hecho que tu sumiso sabe las reglas básicas.

5.- Se honesta.- Si te falta experiencia en algo que a tu sumiso le gustaría probar, se honesta. Tiene derecho a saberlo. Se honesta contigo misma y con tu sumiso y llévalo sólo a los niveles en los que tengas un completo control de la situación. La primera regla es la seguridad ante todo.

6.- Se sensible. Hay una delgada línea entre ser un Ama cariñosa y comprensiva y una desalmada . Tus juegos deben ser una síntesis creativa de tus necesidades y fantasías así como las de tu sumiso. Gánate la confianza de tu sumiso y nunca rompas esa confianza . Su sumisión hacia ti es un regalo y así debes considerarlo.

7.- Sé dominante.- los sumisos buscan a alguien que cuide su cuerpo y su mente, no solo fuerza bruta. Los sumisos tiene sentimientos y no son simplemente objetos. Tu dominación impregna toda su existencia. Haz que tu sumiso se enamore de ti y espera que se dé a ti por completo. Sigue las reglas, ten en cuenta su obediencia y pon castigos cuando lo estimes necesario. Has escogido el rol dominante así que vívelo.

8.- Se realista.- Finaliza tus juegos dejando a tu sumiso con la sensación de que quiere más y nunca menos. Recuerda que el poder, el control y la sensibilidad son las claves y no únicamente la intensidad de la estimulación. Se claro en distinguir entre fantasía y realidad. Puede ser que tu libro Sado favorito te estimule mucho, pero no intentes llevar todo a la práctica al dedillo.

9.- Manten tu cuerpo sano .-El BDSM requiere que los participantes en el juego tengan buena salud, tanto física como mental, Muchos factores tales como horas de sueño, alimentación , alcohol y drogas influyen directamente en el juego. Como Ama, tienes la responsabilidad de estar en control de la situación, una actitud del tipo “ el alcohol o las drogas no me afectan” rompe la confianza que tu sumiso tiene en ti y puede ser peligroso. Si no quieres adquirir responsabilidades, no entres en el juego.

10.- diviértete.- después de todo, el BDSM es para disfrutarlo y pasárselo bien. Disfruta del placer que conlleva la D/s practicado de forma responsable y creativa.
Adaptación de las normas para la Dominación Masculina, escritas por NormarTf


Los lados de la ventana (6 y final)

- mario, ¿Crees que debo castigarte?

Siento un gozo muy especial cuando me arrodillo y cobijo mi cabeza en su regazo. Hemos vivido tardes enteras manteniendo esta posición, yo reposando mi cuerpo en su seno y Ella acariciando mi pelo. Y es como si esa postura nos facilitara la comunicación, como si ambos nos encontráramos tan a gusto que enseguida surge una conversación plena de confianza. Cuando me encuentro en ese estado pienso a veces que hablo conmigo mismo, descubriendo sentimientos que parecen albergados en algún sitio tan recóndito que sólo Ella conoce.

-mario, ¿Crees que debo castigarte?

Conozco a mi Señora y sé en este momento que ya estoy perdonado. Ella es consciente de que mi verdadero castigo me lo he infligido yo mismo durante todo el día, tomando conciencia de mi error, asumiendo mi equivocación y ofreciendo mi más íntimo arrepentimiento. Durante el resto del fin de semana me encomendaré a la tarea de que nada ni nadie la moleste, para que pueda rehacer el trabajo que por mi torpeza se ha perdido. Ella nunca se mostraría cruel conmigo, de eso estoy seguro, al menos mientras me
siga aceptando a su lado. En su pregunta hay mil matices. Es como si una gata de garras afiladas se entretuviera jugueteando con un ratoncillo antes de devorarlo a lametones. Hay una forma de amarse en la que el placer y el dolor van de la mano, hay unos azotes que agreden y otros que agradan, todo depende de la bondad de la mano. A veces darse cuenta de esos matices nos lleva una vida entera, pero otras todo es cuestión del hechizo de encontrarse con la persona adecuada.

Pienso a veces que las relaciones afectivas entre dos personas son como una gran partida de ajedrez. Hay parejas que disfrutan con la relación que proporciona la paridad de fuerzas, las diferentes posibilidades que ofrece el equilibrio. Hay otras que se afanan una y otra vez en romper esa igualdad, y se pasan la vida tratando de doblegar a su pareja, buscando la manera de herirla, como si la partida de ajedrez fuera una guerra encarnizada. Pero después hay otras relaciones, otras parejas, que disponen sus piezas en el tablero de un modo diferente. Pienso que someterse a otra persona es como aceptar jugar todas las partidas con las piezas negras, y aún más, rendir voluntariamente todas las figuras de forma que el rey negro únicamente cuente con el respaldo de unos insignificantes peones. Las piezas blancas enseguida toman posesión del tablero, dominando todas y cada una de las facetas del juego. Las torres blancas bloquean por completo las salidas, anulando cualquier posibilidad de escapatoria, los caballos aparecen y desaparecen sumiendo las piezas negras en una confusión permanente, los alfiles van capturando peones a su antojo, con total impunidad. El rey negro se va quedando desprotegido en su pequeña celda, sintiéndose rodeado por todas partes. Y en un momento dado todas las piezas blancas se apartan a un lado, respetuosas y expectantes. Comparece entonces en el tablero la Dama blanca, altiva y desafiante, vestida únicamente por una capa de terciopelo rojo que le concede la majestuosidad de una Reina. La Dama avanza despacio, saboreando su victoria de antemano, arrinconando a su oponente que, totalmente derrotado, no puede hacer otra cosa que arrodillarse y postrarse en el suelo. Entonces la Dama se sitúa a su espalda, recoge hacia atrás los lados de su capa y muestra su desnudez a todos los presentes, justo en el momento en que su vientre se acopla por encima del rey negro... y lo toma para sí.

-mario, ¿Crees que debo castigarte?

Antes de responder sonrío para mí mismo con la satisfacción de saber que la partida está a punto de comenzar.

-Sí, mi Ama, creo que debo ser castigado.

Y con cada caricia de su pelo voy sintiendo que se aleja mi mal humor, que una sensación de hormigueo se va instalando inexorable en mi cuerpo, y que mi mente divaga hacía la cómoda que está a la entrada del dormitorio.

-mario ¿Crees que debo castigarte?

Y remolonea en mi regazo, como un gatito juguetón. Sabe que no estoy enfadada ya, sabe que cuando hablo de castigo me estoy refiriendo a algo muy diferente, a una forma compartida de juego, en el que me da placer rindiéndose a mis deseos, deseos que no tienen porqué gustarle, pero que terminan por agradarle al ver el efecto que me producen a mi.

- mario ¿Crees que debo castigarte?

Y ahora es un leve quejido, plañidero, casi una súplica de que le tome en mis manos, de que haga con él lo que crea conveniente, consciente de que implicará un cierto sacrificio por su parte, o no sería un castigo. Pero hay sacrificios que se ofrecen con entereza, con convencimiento, superando los propios límites, ofreciéndolos en señal de arrepentimiento.

-mario ¿Crees que debo castigarte?

Y casi no le doy tiempo a responder que ya mis manos le agarran de los brazos y le levantan, llevándole casi a rastras al dormitorio, acorralándole en la pared junto a la puerta con mi cuerpo, aplastándole contra la pared con una mano mientras con la otra busco la cuerda que guardo en la cómoda y que no dejaba de aparecérseme en una visión exquisita de castigo. Puedo ver su sonrisa intentando ocultarse a mis ojos, sé cuanto le gusta sentirse indefenso, y le ato las muñecas la una con la otra, y de un tirón le acerco a la cama, atándole a una de las patas.

Él me mira, los ojos brillantes, los labios húmedos, su cuerpo vibrante, excitado. Lentamente se arrodilla y se postra, como pidiendo clemencia, y acaricio su espalda fuerte y masculina, que se estremece con mi roce, volviéndose un gemido cuando mis manos llegan a sus nalgas. Y su cuerpo me atrae.. me atrae irresistiblemente su olor, que olisqueo como la Depredadora a su presa, me atrae su sabor, que degusto con largos lametones por su espalda, me atrae el palpitar de su corazón, que siento en la vena que sobresale de su cuello al besarla, me atrae la calidez de su piel, que mordisqueo suavemente, y entre gemidos le pregunto si está listo para su castigo, y él asiente con los ojos cerrados, su cuerpo perdido entre sensaciones, y mi mano descarga un primer azote en la nalga derecha, que él recibe estoicamente.

Sé exactamente cuanta fuerza aplicar para que el azote suene de esa forma precisa que a mi me excita, es un sonido peculiar, como el restallar de un látigo en el aire, pero que se produce con el contacto de mi mano sobre su piel. Y sé por propia experiencia que la sensación no es exactamente dolorosa, sinó una mezcla de electricidad, excitación, y sorpresa. Y cada azote me complace más que el anterior, y mi deseo aumenta, el deseo de besarle cuando levanto su cara para ver cómo reacciona, el deseo de comerme su boca cuando sus ojos me miran con ternura y agradecimiento, el deseo de tragarme sus gemidos entremezclados con sus quejidos, y de esos azotes, de esa expiación surge la necesidad, profunda, intensa, impetuosa de convertir su sufrimiento en mi placer, y mi placer en el suyo, y en un arranque de pasión incontenible le levanto del suelo y sin desatarlo lo tumbo sobre la cama, y allí mismo, sin demora, con la premura de tomar lo que me pertenece, lo que me ha sido entregado con fervor, transmuto su excitación en instrumento para nuestra fusión, dos cuerpos en uno solo, transpirando sudor y delirio, para culminar exhaustos los dos, rendidos al orgasmo compartido.

Y es entonces cuando, desatado delicadamente, me quedo dormida entre sus brazos, mientras me acaricia el pelo, totalmente vencida al cansancio, la plenitud, el amor y su entrega.

... Y cuando al fin la Dama blanca hubo tomado el cuerpo y el alma del rey negro, éste se incorporó, rehízo sus ropajes, y supo que esa mano que acababa de besar era a partir de ese instante la Dueña de su vida. Entonces advirtió entusiasmado que se sentía renacer, como si su cuerpo debilitado adquiriera de pronto la consistencia orgullosa del mármol negro, y apreció que hasta sus propios pasos se impregnaban de la majestuosidad de Ella, y con esa nueva forma de caminar abandonó el tablero de ajedrez, atravesó el salón de la casa... y volvió a asomarse a la ventana.

Y como cada mañana se despidió con veneración de su Dama, que se alejaba ahora con el portafolios repleto de informes bajo su capa de armiño, y oculto tras las cortinas, inmensamente feliz, el rey negro saboreó el beso largo, profundo, intenso y apasionado que su Ama había posado en su boca antes de marchar... y fue entonces plenamente consciente de que esa sensación había de durarle en los labios para siempre.

F I N


Los lados de la ventana (5)

Le tiendo de nuevo mi mano para ayudarla a salir de la bañera. El sonido del agua al caer desde su cuerpo se mezcla con el chisporroteo de las velas y el crepitar de los últimos restos de espuma al deshacerse. Mientras Ella misma seca su rostro y recoge con un paño el exceso de humedad de su cabello, yo me arrodillo y comienzo a secar sus pies. Me detengo minuciosamente en cada dedo, en cada recoveco. En ocasiones no puedo contenerme y sorbo con mis propios labios alguna pequeña gotita de su piel. Después continúo ascendiendo por sus piernas interminables, la parte posterior de sus rodillas, sus muslos. Mi Señora los entreabre ligeramente para permitirme el acceso a su intimidad. Allí el cuidado se hace máximo. Con la toalla voy presionando de un modo muy delicado para enjugar la humedad de la parte inferior de sus nalgas, de las ingles, de su secreto más íntimo… Totalmente rendido a su sensualidad continúo el recorrido por sus caderas, la espalda, las axilas, el cuello… y de nuevo pequeños golpecitos cuando alcanzo la piel más fina de sus pechos, para terminar secando sus pezones de la manera que Ella misma me ha enseñado… soplándolos suavemente con el aliento de mi boca.

Una vez vestida con su albornoz me sitúo a su espalda para ayudarla con el secador eléctrico. Al mismo tiempo voy desenredando y cepillando su larguísima melena, disfrutando del modo en que por el efecto del calor su pelo comienza a ondularse en pequeños bucles entre mis dedos. Mi Ama me pide que esta noche la acompañe en la mesa durante la cena. No siempre lo hacemos así, hay ocasiones en las que yo me ocupo únicamente de servirla, procurando mimarla con mis atenciones. La verdad es que disfruto su compañía de las dos maneras, aunque en especial esta noche, y Ella lo sabe perfectamente, me apetecía que cenáramos juntos.

Mi Ama escoge de mi armario la ropa que quiere que utilice para la cena, un pantalón y una camisa que Ella misma me compró hace unos días, aunque antes de vestirme yo, y es uno de los mayores placeres del día... debo ayudarla a Ella...

Los hábitos suelen adquirirse para poder emplear la mente en otras cosas, y no tener que estar pensando constantemente en todos los pequeños detalles que constituyen nuestra vida cotidiana. Pero desde que él está conmigo, cada pequeño detalle tiene significado por si mismo, y se convierte de esa forma en un ritual.

Así es el ritual de secarme después de un baño de espuma. Cada movimiento está estudiado, es preciso, pero al mismo tiempo está cargado de sentimiento por ambas partes. Cuando él me seca con tanto cuidado, me siento como si fuera de porcelana y pudiera romperme con cualquier gesto brusco que él hiciera. Siempre he sentido que la sensualidad es uno de los caminos, por no decir uno de los ingredientes, hacia una sexualidad mucho más extensa, más allá de lo que propiamente atañe a los genitales. Es la sensualidad la que despierta la mente, la que estimula el erotismo, la que produce ese cosquilleo en el bajo vientre que se va extendiendo, como ahora lo hacen sus manos al secarme con la toalla. Cada beso en mi piel, persiguiendo las gotas de agua, produce una corriente eléctrica que me hace estremecer.

Le observo arrobada, porque en su mirada puedo ver que cada parte de mi cuerpo es para él un santuario y a la vez su perdición. La veneración de su trato hacia mi me estimula a querer ser cada vez mejor, más sabia, más sensible, más justa, más comprensiva, una mejor Ama para él, para que esa confianza que deposita en mi sea justificada. Y por eso recurro a la ternura que me despierta para superar esos momentos en los que me siento decepcionada, o en los que me hace enfadar. Soy consciente de que pone toda su intención, y que a veces los malos entendidos pueden llevar a una situación como la que hemos vivido.

Cierro los ojos y disfruto del deslizar de sus dedos por mi pelo, y entonces me doy cuenta de que, por muy importante que me parezca mi trabajo, hay vivencias que se quedan grabadas en el corazón y son mucho más importantes que perder el esfuerzo de todo un mes justo el día antes de la presentación a los clientes. Y si no hubiera tenido que pasarme el día justificando porqué el proyecto no estaba listo en la fecha prevista, porque necesitaba una semana más de tiempo, sin tener que contar que todos los datos se habían ido a la papelera sólo porqué él decidió hacer limpieza de CD's sin preguntarme, y sin saber que justo ese CD contenía esa información vital. Y si no hubiera sido tan meticuloso en sus quehaceres y no hubiera tirado la basura antes de que yo me diera cuenta de su falta... pero no tenía sentido que le diera más vueltas, él estaba claramente arrepentido de no haberme consultado, de no haber preguntado qué CD's se podían tirar, y ya nada se podía hacer excepto rehacer de nuevo el informe, y por supuesto, esta vez hacer una copia de seguridad.

No es de eso de lo que quiero hablar durante la cena, que por el olorcito que impregna el pasillo sé que es mi comida favorita, sinó de cómo se siente, de lo que ha aprendido, de cualquier cosa que pueda ayudarme a resolver este contratiempo que me va a suponer un esfuerzo extraordinario. Son momentos en los que puede expresarse libremente, en los que puede abrirse y sabe que le escucharé atentamente, con el ánimo de comprender su punto de vista y de llegar a un entendimiento.

Y para eso quiero que se vista como el caballero que es, el hombre que se entrega a mi, orgulloso de ser mi siervo y mucho más que eso, mi apoyo y mi solaz, mi confidente y mi amante, porque no he conocido mayor placer que el de percibir su admiración por mi, su entrega sin condiciones, seguro de que velaré por su bienestar.

Yo también quiero vestirme de forma especial, con un vestido largo y negro, escotado por la espalda, con los zapatos que tanto le gustan, y que a mi me hacen sentir como una Dama, como la Señora que soy, elegante pero con discreción. Y mientras sus ojos brillan al subirme la cremallera, mi boca se hace agua pensando en esa sopa de pescado que calmara el rugido ya salvaje de mis tripas hambrientas.

Entre el masaje y el baño se nos ha hecho –deliciosamente- tardísimo, menos mal que mañana es sábado, y cuando nos sentamos a la mesa para cenar los dos estamos desfallecidos de hambre. Esta mañana, en el mercado, he recorrido todos los puestos buscando los ingredientes más frescos para cocinar su plato favorito, y ahora el aroma del pescado y los mariscos inundan la casa de evocaciones marinas.

Mientras sirvo la sopa mi Ama me contempla complacida, atenta a la manera en la que me desenvuelvo. La cena discurre animada por nuestro acostumbrado buen humor, cómplices y divertidos. Hay ocasiones en las que la risa es más liberadora de tensiones que el propio sexo, y después del día que los dos hemos pasado, poder dar rienda suelta a nuestra necesidad de reír es algo muy gratificante.
Al terminar la cena sus ojos se clavan en los míos de un modo que ya conozco, es una mirada que se adentra más allá en mi interior, una mirada que en ocasiones indaga en aspectos de mi personalidad que incluso yo mismo desconozco, y ante la cual me siento indefenso y vulnerable como pocas veces.

-¿Quieres que hablemos mario?

Me hace la pregunta con una voz increíblemente tierna. Mi Ama tiene la virtud de formular sus órdenes de un modo tan cortés que puede parecer que tengo alguna escapatoria, pero los dos sabemos que no es así. A pesar de que en los últimos minutos nos hemos mostrado muy distendidos, el problema que hemos tenido nos sobrevuela constantemente, y es mejor aclarar las cosas que dejar que éstas se enquisten.

Su pregunta me ha ruborizado, cosa habitual en mí. Soy consciente de lo que me cuesta mantener su mirada, pero me doy cuenta de que al menos en esta ocasión, tengo que intentarlo. Hay un aspecto que juega a mi favor, sé que en nuestra relación mi Ama me exige una única cosa, y que todo irá bien si soy capaz de cumplirla, es la honestidad de mi corazón. Así que comienzo a referir mis sentimientos tal cual se han producido, con la mayor sinceridad de la que soy capaz. Al hablar trato de no enjuiciar yo mismo mis sensaciones, mi Ama sabrá como hacerlo. El asunto de la pérdida del Cd me ha afectado profundamente, darme cuenta de que Ella lo ha pasado mal disculpándose en su trabajo por un error que yo he cometido me abochorna, pero soy consciente de que no basta con arrepentirme, ojalá pudiera solucionarse todo de un modo tan simple. Tengo la costumbre de tomar demasiadas iniciativas por cuenta propia, y me cuesta a veces asumir un papel más secundario en la relación. Soy consciente de ello y de la necesidad de cambiar mi actitud, y le pido humildemente que me corrija cuantas veces lo considere necesario.

A estas alturas de la conversación mi Ama toma la mano que tengo temblorosamente apoyada en la mesa y la cobija bajo la suya. La palma de su mano comienza a acariciar el dorso de la mía, y mi muñeca, y finalmente sus dedos se entrelazan con los míos. Esta demostración de afecto me anima a continuar. Ahora cierro los ojos y dejo fluir mis sentimientos como si de un torrente de emociones se tratara. Con mi error al extraviar el Cd me he sentido como un estorbo para Ella, alguien incapaz de estar a la altura que mi Señora requiere. He sentido la angustia de perderla como pocas veces hasta ahora, y mi necesidad de sentirme protegido por su fuerza se ha hecho casi físicamente palpable. Mis palabras salen como desbocadas, y al mismo tiempo encuentro un enorme placer en desnudarme ante Ella de este modo, un desnudo mucho más íntimo que el del mero cuerpo. Ella me permite desahogarme a mi manera y sigo hablando aún durante un buen rato, aunque mis ojos cerrados me impiden ver como el rostro de mi Señora se ha dulcificado de un modo delicioso, y me contempla con una sonrisa henchida de satisfacción. Pero no sólo sonríe al ser plenamente consciente de su influencia sobre mí, sino que es también la sonrisa de una mujer enamorada...

La cena estaba deliciosa, preparada con el interés de quien conoce mis gustos y se ha esforzado en elegir cuidadosamente los ingredientes, dándole su toque personal en la presentación. Cuando me sirve la comida tiene ese aire de camarero profesional de restaurante de cuatro tenedores, ese ademán atento y comedido que me gusta admirar. Ya no sería lo mismo una comida sin ese acompañamiento servicial y mucho menos sin su compañía.

El masaje y el baño nos han relajado a los dos, y la velada transcurre comentando acerca de conocidos y sus anécdotas, de recuerdos y risas. Volver a ver su sonrisa aleja de mi mente el fantasma de ese cuerpo desnudo y tembloroso arrodillado en la puerta a mi llegada. Pero no disipa esa niebla que lo empaña todo, esa conversación pendiente. Después de un postre delicioso se palpa perceptiblemente la tensión de la espera.

- ¿Quieres que hablemos mario?

Es una pregunta retórica que permite romper ese momento en suspensión y le da pie a explicarme, a contarme su punto de vista sobre lo sucedido. En el fondo sigue siendo tímido, y en situaciones como ésta se ruboriza adorablemente, e intenta sostener valientemente mi mirada mientras habla. Soy consciente de que puedo resultar turbadora al mirar directamente a los ojos, y él me ha comentado muchas veces que se siente traspasado, abierto, vulnerable, totalmente transparente a mi acecho.

Y su voz suena quebrada, las primeras palabras balbuceantes, pero poco a poco deja entrever las emociones vividas, la vergüenza al saber la de excusas y explicaciones que he tenido que dar, el arrepentimiento por no preguntar antes de actuar, la aceptación de las consecuencias de sus actos. Apoya sus manos sobre la mesa como para darse fuerzas y admitir todo lo que ha estado atenazando su corazón a lo largo del día. Y la honestidad con la que lo hace me conmueve en lo más hondo, y acaricio su mano, para que deje de temblar, y suspira, suspira profundamente.

Hay momentos en los que me planteo las características de esta clase de relación, si realmente es necesario este grado de dependencia en el que las iniciativas que él pueda tener tengan que estar supeditadas a mis deseos en todo momento. Y entonces le miro, y veo en sus ojos la necesidad de complacerme, de saberme feliz, y que de todo lo sucedido lo que más le afecta es haberme hecho sentir mal, no estar a la altura de lo que yo necesito, y que esa necesidad surge de la confianza en mi fuerza para salir adelante, para saber lo que es mejor para ambos, y entonces me reafirmo en que esa dependencia no es tal, sinó entrega voluntaria, constante, a hacer de mi bienestar su prioridad absoluta. Y siento brotar de mi corazón la ternura, el agradecimiento, la admiración hacia alguien de tal generosidad, tal desprendimiento y de tal voluntad de satisfacerme en todas las formas posibles que me hace sentir única, adorada, especial, una soberana de mi reino, en el que él se ofrece como mi súbdito y fiel siervo.

Y con los ojos cerrados su voz se va calmando, hasta terminar en un silencio expectante, pendiente de mi decisión, de mi criterio.

- Ven, mario, acércate - no le suelto de la mano mientras se levanta y se arrodilla a mis pies, y palmeo mi regazo para que apoye su cabeza en él. Suspira aliviado, esa postura le da seguridad, es nuestra preferida, la de las confesiones, los mimos, y esta vez también la de las reflexiones - Sabes que no me gusta castigar, que ese no es mi estilo, pero no es la primera vez que tus iniciativas nos ponen en esta situación, aunque no habíamos llegado a algo tan grave - Acaricio su pelo, mientras él asiente en silencio. - Dime cómo puedo hacer qué entiendas esto, que formamos un equipo y que es preciso que me consultes, que nada de lo que haces es insignificante, y forma parte de un conjunto, uno que intento que sea armonioso y beneficioso para los dos. - Él se abraza fuertemente a mis piernas, como si temiera perderme. - Sé que un castigo no resolverá la situación, ni a mi me tranquilizará, pero es preciso que encontremos una forma de evitar esto en el futuro, no me gusta enfadarme contigo, ni que te sientas inseguro, ni que dejes de hacer lo que creas que me va a agradar, pero tienes que poner de tu parte. Valoro tus muestras de arrepentimiento, y sé que son sinceras, pero tendrás que hacer algo más esta vez. - Le levanto la barbilla, para mirarle a los ojos, que están húmedos de emoción. - Voy a tener que trabajar muchas horas en casa para arreglar esto, y tengo que estar muy tranquila y concentrada, y eso significa que durante estos días vas a tener que asumir ciertas responsabilidades de las que me ocupo normalmente, y necesito estar segura de que puedes hacerlo y de que me liberarás de cualquier carga o interrupción. - En su mirada se refleja el alivio, de saber que puede hacer algo para contribuir, para no sentirse alguien torpe e inútil, porque al fin y al cabo somos ante todo personas, falibles e imperfectas.- Y ahora me acompañarás a la habitación... y veré de qué otras formas puedes compensarme - y le guiño un ojo, con una sonrisa pícara y un tono de voz inconfundible que él sabe pèrfectamente lo que significa.


Los lados de la ventana (4)

Me apresuro tratando de complacerla como si fuera el primer día que estamos juntos, con la misma ilusión y nerviosismo con la que un adolescente acude a su primera cita de amor. Un masaje y un baño, un masaje y un baño... lo repito varias veces para mí mismo como si no terminara de creerlo.

Tenemos junto al baño grande una alcoba habilitada como cuarto de masajes, y es para mí algo así como un santuario. Conecto el calefactor de aire caliente tratando de caldear un poquito la habitación. Disminuyo un par de puntos la intensidad de la luz, que arranca destellos ambarinos de las partes metálicas del mobiliario. Elijo ahora una música de ambiente adecuado, vamos a ver... piano, flauta, violines, monjes de Silos... ésta será perfecta, “sonidos de la naturaleza, el placer del relajamiento”. De entre todos los aceites escojo uno de almendras dulces, ideal para el cuidado de la piel. Lo templo un poco, descuelgo el albornoz de mi Señora y vuelvo al salón para avisarla de que todo está preparado.

Mientras Ella se desviste permanezco fuera de la habitación, tratando de contener la prisa de mis impulsos. Cuando al fin me reclama respiro hondo y entro. Su presencia llena toda la estancia de una magia especial. Ella contempla mi cuerpo de una forma tan natural que le resta importancia a mi desnudez, pero yo soy incapaz de hacer lo mismo. Nunca dejará de impresionarme la visión de sus formas. Incluso ahora, que trato de reflejar en un papel aquellos recuerdos, tengo una extraña sensación de pudor, como si desvelar aspectos de su intimidad fuera algo sagrado. Yo permanezco también desnudo, y aunque lucho por no excitarme no alcanzo a conseguirlo. Hay aspectos en la naturaleza de los varones que nos está negado ocultar, así que trato de percibir mi erección como un tributo de amor y no le doy más importancia. Tumbada sobre la camilla parece una Diosa yacente. Ha recogido su pelo por detrás y la visión de su cuello despejado me erotiza, su espalda tan femenina, sus hombros, la redondez de sus caderas, la largura inacabable de sus piernas... Pero no sólo la belleza de una mujer radica en lo meramente visible, en la proporcionalidad mayor o menor de sus formas, también está en la delicadeza de su piel, en el olor de su pelo, en su propia consistencia, en la transparencia de sus uñas o en la forma en que se expande su pecho al respirar, en el sonido que emite su cuerpo al ser acariciado...

Vierto en mis manos un poco de aceite y las froto entre sí para que entren en calor. Al situarlas en la parte baja de la espalda su cuerpo se estremece. La combinación de música y luz, el perfume del aceite, la lentitud con la que mis manos recorren su piel provocan que a medida que el masaje transcurre los dos nos relajemos, hasta el punto de que todo en mi cuerpo vuelve a su ser. Después de mucho rato en el que ninguno de los dos pronuncia palabra, tengo la sensación de que mi Ama se ha quedado dormida. La confianza que para mí supone que Ella se duerma entre mis dedos me colma de agradecimiento. Conteniendo mi emoción cubro su cuerpo completamente con una toalla y aprovecho su descanso para preparar un baño caliente y espumoso como a Ella le gusta...

No sé cuanto rato ha pasado desde que me he recostado en el sofá, puede que unos minutos solamente, no necesitaba más que eso para recuperarme un poco, y aunque me he quedado algo traspuesta, me he despertado justo a tiempo para escuchar las primeras notas de uno de mis CD's favoritos.

Enseguida aparece él, la ilusión de nuevo en sus ojos y cierta impaciencia como cuando aprendía los primeros pasos del protocolo. Aún a veces duda sobre cómo comportarse, pero tiene un fondo galante y atento que le saca de muchas situaciones comprometidas. Sostiene el albornoz con ambas manos en posición de ofrenda y normalmente él me hubiera seguido para desvestirme, pero el cansancio me hace ser práctica, y con un beso en la frente y un gesto le hago entender que es mejor que me espere.

Cuando hice la reforma del piso pensé que sería un sueño que pareciera un Spa, uno de esos de lujo a los que de vez en cuando tengo la suerte de poder acudir cuando mi empresa me manda viajar por trabajo. Suelo elegir hoteles con Spa, sabiendo que necesitaré de sus servicios tras la jornada de reuniones y negociaciones.Pero no es lo mismo que cuando él me da los masajes...

Me tumbo en la camilla y automáticamente me invade una sensación de bienestar... Mario, puedes pasar... la puerta se abre al instante, y su azoramiento me hace sonreir. No sé qué daría porque esa timidez, y ese efecto enervante cada vez que me ve desnuda durara para siempre, es tan excitante ver la reacción de un hombre ante la visión de tu cuerpo... aunque consigo los mismos efectos cuando soy cariñosa con él, y también cuando le susurro al oído, o cuando le sorprendo con unas caricias...

Empieza el masaje y me dejo llevar por sus suaves manos, y dejo atrás a los japoneses que se difuminan en sus trajes pequeños, a los canadienses con su acento engominado, mi despacho se desmonta en pequeñas piezas que guardo en el portafolios, y poco a poco sólo quedamos él y yo, la música, el olor del aceite... Conoce a la perfección mi cuerpo, lo que me gusta y lo que no, y me hace estremecer y al mismo tiempo siento como los últimos resquicios de cansancio desaparecen, y con ellos mi conciencia...

Me sobresalto al darme cuenta de que me he dormido de nuevo, y escucho el chapoteo del agua. Seguramente está poniendo las esencias para producir espuma, y estará tan concentrado como siempre, así que entro descalza, sin hacer ruído para observarle. Sus movimientos son nerviosos, pero a la vez calmados. Estos baños forman parte de nuestra deliciosa rutina, y supongo que le devuelven cierta paz de espíritu después del día que habrá tenido. No hemos vuelto a hablar de ello, pero en un par de días volveremos a hacerlo, ya desde la templanza y desde la comprensión mútua, que es desde donde hay que hablar las cosas y resolver las diferencias.

Me acerco un poco más aprovechando que está inclinado sobre la bañera encendiendo las velas, y acaricio lentamente su espalda empezando por la nuca hasta llegar a sus nalgas, prietas y tensas por la posición... un ligero azote le sobresalta, pero mis manos no se detienen ahí, y cogiéndole por los hombros le devuelvo a su posición habitual, arrodillado a mis pies. Me encanta situarme a su espalda, que no pueda verme, y poder acariciar su cuerpo a mi gusto, viendo perfectamente desde mi posición elevada el efecto que eso le produce. Sé que cierra los ojos porque lo veo en el reflejo de los azulejos brillantes del baño, y puedo observar en su cara la mezcla de placer, alivio, nerviosismo y timidez que tanto me seduce.

Todo el cuarto de baño está ambientado como si fuera el de un palacio medieval, las palanganas de cobre, los candelabros de hierro forjado alrededor del espejo, los accesorios de bronce y estaño que hemos ido recopilando en tiendas de anticuarios. La bañera semeja una antigua tina de hierro fundido con los pies góticos. En torno a ella se disponen en hilera varios portavelas de diferentes tamaños. Un baño caliente de mi Señora sumergiéndose en abundante espuma y envuelta con la tenue luz de las velas concede a este momento un halo mágico, como si nos transportara a un mundo fantástico.

Estoy tan absorto encendiendo las velas que no advierto su presencia tras mi espalda. Sus dedos en mi nuca me sobresaltan y no puedo evitar una exclamación. Ahora su mano desciende lentamente desde el cuello como si quisiera perfilar el relieve de mi columna vertebral. Sus yemas trazan circulitos en mis costados, erizando el vello de mi piel centímetro a centímetro. Cierro los ojos disfrutando la sensación de sentirme acariciado. Cuando llega a mis nalgas entreabro ligeramente las piernas para facilitar su acceso a mi intimidad... sus dedos comienzan a perderse entre los pliegues de mi cuerpo... suspiro cada vez más excitado hasta que sin esperarlo... ¡¡zas!! Un azote con la palma de su mano me devuelve a la realidad. Pero su mano no abandona mi nalga, sus cinco dedos permanecen inmóviles, calibrando el aumento de temperatura de mi piel. Me toma entonces de los hombros empujándolos hacia atrás, y continúa ahora con sus caricias por todo mi pecho. Ella está situada detrás de mí y no alcanzo a verla, pero trato de no levantar el rostro para observarla, aunque mi pene lo hace por mí, siempre tan independiente. Sonrío al recordar uno de nuestros juegos en el que mi Ama se entretiene con mi sexo como si fuera un ente autónomo, como si se pusieran de acuerdo entre ellos dos y me dejaran al margen de la diversión.

Me incorporo, erecto y sonriente, y al tiempo que Ella entra en la bañera le tiendo mi mano.

-El baño está preparado Señora, permítame ayudarla...

El agua está a la temperatura adecuada, y cuando jugueteo con la espuma con los dedos de mis pies, una mezcla de aromas de jazmín y nardo inunda el ambiente húmedo del baño. Su piel tiene ahora el tono brillante de la condensación, y en su rostro el tono rojizo del rubor de sus mejillas... el calor produce este efecto, pero estoy segura de que mis caricias también.

Me tumbo en la bañera, jugando con la espuma a cubrirme el cuerpo, dibujando diferentes formas con el dedo, mientras él me observa de reojo y duda entre los distintos geles de baño.

- El de Aloe, cariño, que hidrata mejor la piel - Tomo en mi mano una bolita de espuma y la soplo en su dirección, repartiéndose las burbujas en su pecho. Él sonríe de nuevo, sabiéndose partícipe de mis juegos.

Levanto una pierna y empieza a enjabonarme, sosteniéndola en el aire por el talón. Sus movimientos son lentos, delicados, mucho más sensuales que en el masaje, que tenía como misión relajar mis músculos. Se detiene justo donde el muslo sobresale de la superfície del agua, y me solicita la otra pierna. La asomo tímidamente y vuelvo a esconderla y él espera... hasta que se da cuenta, por mi sonrisa traviesa, de que no voy a sacarla de nuevo, y sus manos se pierden bajo la espuma buscándola.

Acaricio su hombro y le lleno de espuma el pelo, jugueteando, y viendo como las gotas de agua se deslizan por su espalda.... estos baños pueden dilatarse hasta que el agua se enfría, son momentos de intimidad y juego, de exploración y risas. Al final consigue enjabonarme la otra pierna, y entonces me arrodillo dentro de la bañera. Es un momento mágico, en el que ambos estamos arrodillados, un instante en el que Ama y siervo se difuminan, y el hombre y la mujer surgen de entre la espuma. Sus hábiles manos me masajean la cabeza al extender el champú, uno de mis principales placeres, y cierro los ojos, ronroneando como una gatita. El jabon se desliza por mi cuerpo ahora que estoy incorporada, y desvía la mirada respetuosamente, ya que mis pechos quedan directamente frente a sus ojos. Ronroneando en su oído cojo sus manos, y las deslizo por las formas redondeadas, los pezones turgentes, provocando de nuevo su erección, que se había relajado. Deslizo más abajo sus manos hasta perderse entre la espuma... y entre mis piernas... y mis ronroneos se convierten en suaves gemidos... Él me sostiene con uno de sus fuertes brazos mientras mi cuerpo se agita en un estremecimiento placentero, fluyendo en el agua el resultado de sus diestras caricias. Con cuidado me ayuda a tumbarme de nuevo en el agua, quitándome el jabón del pelo con el brazo de la ducha, sonriendo satisfecho de verme disfrutar de sus atenciones.

- Hoy no quiero que cenes tú después de servirme, mario... - Me mira desconcertado, y me doy cuenta de que puede interpretar que no quiero que cene, y hay que ser tan cuidadoso con lo que se desea... - quiero que cenemos juntos, que te sientes a la mesa conmigo y que me cuentes qué has estado pensando estas horas que has estado solo. Quiero saber cómo te has sentido y porqué.

Un estremecimiento recorre su cuerpo, y su mirada se enturbia ligeramente, y en ese momento le veo tan vulnerable, tan perdido, que dejo caer la toalla y le abrazo tiernamente.


Los lados de la ventana (3)

Es increíble la cantidad de ruidos que pueden escucharse en un piso cuando uno repara en ellos. Cada vez que suena el motor del ascensor mis sentidos se alertan, pero siempre se detiene en otros rellanos y mi decepción aumenta con cada vecino que llega a su casa. Ya es muy tarde, el frío me hace temblar y mi desesperanza crece por minutos impidiéndome reaccionar con claridad. Pero cuando estoy a punto de abandonar mi empeño, cuando todo parece perdido para mí… al fin ocurre. De pronto la puerta del ascensor se abre tan cerca que me sobresalta, y me entusiasmo al escuchar el taconeo reconocible de sus botines, los suyos por fin, llegando apresurados hasta nuestro piso.

Percibo ahora el tintineo de sus llaves hurgar en la cerradura, e instintivamente avanzo un par de metros hasta situarme junto a la puerta. Mi corazón late con tanta fuerza que las pinzas en mis pezones oscilan arriba y abajo renovando un dolor que estaba dormido. La puerta se abre con cierta brusquedad golpeándome un hombro y reparo en que es mi propia presencia la que obstaculiza el paso. Retrocedo gateando al tiempo que mi frente se aprieta fuertemente contra el suelo, como si quisiera atravesar el parquet.

No me atrevo a levantar la vista. Intuyo que mi Ama me contempla desde arriba, pero aún no alcanzo a sospechar su intención. Ninguno de los dos pronuncia palabra alguna, ni se mueve, e incluso yo apenas respiro. Ella cierra la puerta tras de sí y se inclina hacia mí. Permanezco arrodillado y quieto, dócil y expectante, y un segundo antes de que acaricie mi nuca con la palma de su mano ya tengo erizado absolutamente todo el vello de mi cuerpo.

Sé que Ella me pregunta cosas por la entonación de sus frases, pero estoy tan hechizado con la calidez de su voz que no acierto a comprenderlas. Me toma por la barbilla levantándome la cara, y la ternura con la que me mira a los ojos me vuelve del revés. Trato de expresarle al mismo tiempo la angustia de mis últimas horas, pero también mi agradecimiento, mis disculpas, las emociones que no soy capaz de contener, pero lejos de expresarme de forma entendible únicamente acierto a balbucear… mi Ama… mi Ama, como si el habla se me hubiera reducido a estas dos palabras.

Es Ella quien me ayuda a incorporarme, y mientras permanezco desnudo y entregado frente a su presencia, me libera al fin de las pinzas que me atenazan el pecho. Y comprendo entonces que no sólo soy incapaz de sostener su mirada, sino que tampoco tengo la menor intención de hacerlo, y lo más importante… ocultar mi turbación me produce un sereno bienestar…


Deben haber sido muchas horas, ya que sólo acierta a balbucear... mi Ama... mi Ama... como si fuera un mantra que le devolviera la cordura. He estado todo el día fuera prácticamente, a veces me da tiempo a venir a casa para comer, pero hoy era imposible, ¿es posible que haya estado así desde que me fuí? no... o espero que no, aunque al ayudarle a levantarse diría que esos músculos están ya mucho más que entumecidos, están atónicos, síntoma de una inmovilidad sostenida. Sonrío para mis adentros al recordar la cara contrita con la que me responde "sí, Señora", cada vez que le pregunto si está cómodo cuando me paso horas practicando con las cuerdas, sabiendo que al cabo de un rato le duele todo. Y hoy me ha ofrecido esa inmovilización, una prueba de su entrega, de su profundo deseo de complacerme, y mucho más que cualquier otra cosa, esa humildad, esa veneración, es la que me enternece el alma.

Intento ver en su mirada que es lo que siente, que es lo que intenta decirme con esas palabras, que adivino son un compendio de emociones contenidas que intentan expresarse todas al mismo tiempo. Pero rehuye mis ojos, quizá por vergüenza, quizá porque eso sería ya demasiado y le desbordaría. Le acompaño agarrándole por la cintura hasta el salón, y le ayudo a sentarse en el sofá, lo que le produce una serie de muecas de dolor al volver a recuperar la sensibilidad de las extremidades. Le quito las pinzas que tanto odia, porque aún no se ha acostumbrado a su presión y le produce un dolor más allá de lo tolerable, y me reafirmo en mi idea de que se ha autoinfligido él mismo su propia penitencia por hacerme enfadar, y eso es suficiente para que olvide todo el asunto. Sus pezones están morados y los masajeo suavemente, mientras él cierra los ojos. Con cierta habilidad adquirida con la práctica, masajeo también las articulaciones para desentumecerlas y conseguir que la sangre circule nuevamente. Su rostro se dulcifica y su cuerpo reacciona a mis caricias y masajes como un resorte.

Hay siempre algo de excitante en tenerle totalmente expuesto y abierto a mis atenciones, y si no le conociera bien, podría incluso llegar a pensar que todo esto puede haber sido una maniobra para conseguir mi perdón. Pero él no es así, es honesto en su forma de actuar y de ser, y cuando necesita de mi me lo hace saber, aunque esté en mis manos disponer qué hacer respecto a ello. Y ahora me resulta tan deliciosamente vulnerable que me despierta mi instinto felino, y mis caricias se vuelven más íntimas... él permanece muy quieto, sabe por mi respiración y mi forma de tocarle cuando ha aparecido la pantera acechante y aunque le gusta, también la teme... hay un placer ancestral en sentirse acechado como una presa, una que sabe que no puede morir, pero que puede sufrir si el más leve movimiento provoca el ataque de su Depredadora.

Mi Señora me conduce hasta el salón sujetándome por la cintura. Mientras camino trato de apoyar suavemente mi cabeza en su hombro. No estoy seguro de contar con su permiso, pero un dulce beso en mi frente me reconforta de un modo delicioso. Me ayuda a recostarme en el sofá y Ella permanece de pie observándome desde arriba. Al principio me abochornaban este tipo de situaciones, pero ya hace algún tiempo que aprendí a no darle importancia al hecho de mostrarme completamente desnudo en su presencia. Es algo que me reafirma en mi condición, como si la vulnerabilidad que concede la desnudez acentuara la humildad y mi total disposición de entrega.

Tampoco estar desnudo a su lado tiene una necesaria connotación sexual, ni siquiera un sentido erótico. La auténtica desnudez está en la mente y es allí donde reside también el auténtico erotismo. En estos momentos pienso incluso que mi cuerpo no me pertenece, que no es enteramente mío al menos. Mi cuerpo reacciona según sus deseos, por lo que ninguna respuesta ante sus estímulos debería avergonzarme ante Ella. Puedo sentir dolor o placer, llorar o eyacular, todo forma parte de lo mismo, de la misma emoción de entregarse a una mujer como Ella. A veces me imagino como un caballero medieval que disfrutara entregando su vida al defender una causa necesaria, un caballero que en el mismo momento en que reconociera su derrota pudiera al fin acceder al goce del verdadero triunfo.

Mientras mi Ama contempla el lamentable estado en que han quedado mis pezones observo en su rostro un gesto de preocupación. Entonces humedece la yema de su dedo en su propia saliva y comienza a masajear mis areolas con mucho cuidado. Cierro los ojos y me relajo. Al instante, una incipiente erección comienza a apoderarse de mi pene. Cuando trato de mirarla para agradecerle sus atenciones me doy cuenta de su aspecto cansado. Su rostro refleja el agotamiento de la jornada. Seguramente aún no ha cenado, tenga ganas de cambiarse de ropa, tomarse un baño… ¡¡Pero qué estoy haciendo!! De pronto caigo en la cuenta de lo egoísta de mi comportamiento. Soy yo quien debería estar mimándola, atendiéndola, masajeándola, soy yo quien está aquí para servirla. Una ola de calor me ruboriza y me pongo súbitamente en pie, sin reparar siquiera en mi erección.

- Mi Señora, sus cuidados son mucho más de lo que merezco. Le ruego que me permita ocuparme de usted...

Decían en su tiempo que había elixires milagrosos que eran capaces de curar todos los males e incluso revivir a los muertos. Por supuesto en aquella época no conocían el poder de un hombre sumiso entregado a una misión vital: la de cuidar y complacer a su Dueña, que es capaz de sobreponerse a cualquier sufrimiento y sublimarlo en dedicación a la Mujer por la que sienten veneración.

Y aún así, sabiéndolo, me sorprende ese cambio brusco de la aparente convalecencia a la recuperación milagrosa, y me pregunto si mis caricias habrán tenido algo que ver. Después de un largo y complicado día, ha conseguido dibujar en mi rostro una sonrisa de orgullo, recordándome el porqué accedí a que formara parte de mi vida.

Ya hacía tiempo que nos conocíamos y hablábamos, que compartíamos secretos y confidencias, pero había sido quizá más como una amistad, una afinidad de gustos y aficiones que nos hacían sentir a gusto el uno con el otro. Y sin darnos cuenta se volvió en cariño, y el cariño dió paso al deseo.

Aceptar a alguien en tu vida conlleva responsabilidad, no consiste solamente en tener a alguien a tu disposición las veinticuatro horas del día, sinó que esa persona deja en tus manos decisiones que le atañen profundamente, con total y plena confianza en tu criterio. Sería algo así como cuando estás embarazada, que tienes que pensar por dos, por ti y por tu bebé. Y hay momentos en los que se siente el peso de ese vínculo, en los que sabes que tus decisiones van a afectar a dos personas, y que él aceptará lo que yo decida, sabiendo que habré tenido en cuenta su opinión y su bienestar.

Y ahora vuelve ese brillo a sus ojos, esa mirada dulce y arrobada que tanto me llena, y me relajo por fin, suspirando. Me doy cuenta de toda la tensión que he acumulado cuando noto el dolor en mi cuello.

- Creo que podríamos empezar con un masaje en la espalda, ya sabes, terapéutico, que los mimitos los podemos dejar para después del baño... uno con mucha espuma y el agua bien caliente esta vez.

Le veo desaparecer en dirección al baño, y le veo tan hermoso como el primer día en el que tímidamente se desnudó para mi... en cuerpo y alma.