sábado, 16 de abril de 2011

No hay mal que por bien no venga

Hay veces, en las que trabajar puede resultar tan gratificante que no tengas la sensación de estar cumpliendo con una obligación, y el haber conseguido este puesto de masajista del equipo local de fútbol es una de esas fantasías hechas realidad.

Después de cada partido, pasan por mis manos esos músculos esculpidos, maltratados por el ímpetu y esa energía desbocada de la juventud tardía, de quien cree retener aún los últimos alientos de una adolescencia apresurada. Nadie sabe de mi inclinación fetichista hacia los músculos masculinos, del deseo latente cuando les veo correr por el campo, esos gemelos descaradamente marcados debajo de las medias deportivas, esos muslos arrolladoramente tensos al flexionar las piernas, y lo que para los demás puede llegar a confundirse con concentración extrema por mi parte, no es en realidad más que un éxtasis profundo.

Hay veces también en las que algo más llama tu atención, ya no se trata solamente de hermosas cadenas musculares funcionando en conjunto a la perfección, sinó que su dueño es capaz de imprimirle una elegancia al movimiento, una cadencia rayando la sensualidad, que hace que además de ser efectivo, sea fascinante observarle al desplazarse por el campo. No todo el mundo puede imprimir a su movimiento ese aire felino, flemático y seguro, y me siento hipnotizada, como si el resto de lo que estuviera sucediendo no tuviera importancia.

Y entonces algo rompe mi concentración, un movimiento brusco fuera de lugar, ese homenaje a la armonía cae de rodillas, con la crispación marcada en su lindo rostro. Algo va mal, no puede levantarse, y el banquillo en pleno se levanta por él. El entrenador pide tiempo, mientras dos asistentes salen hacia el campo para ayudar al jugador a incorporarse, y tambaleándose, es llevado casi en volandas hacia el vestuario.

- Vé con él, a ver qué se ha hecho, y si puedes arréglalo, le necesitamos en el campo. - No hacía falta que me lo dijera, porque yo ya estaba en pie, recogiendo mis cosas. El pasillo hacia el vestuario está vacío, todo el mundo pendiente de la evolución de este partido que decidiría el paso a la categoría superior. Mis pasos resuenan y me transportan a un mundo diferente, y al abrir la puerta del vestuario, y verle tumbado en la camilla, los brazos tapando su rostro, su cuerpo sudoroso, sus músculos contraídos por el dolor, sé que cuando la cierre, todo lo demás quedará atrás, y que en este momento sólo existimos él y yo.

Está perdido en sus pensamientos, supongo que también en reproches y quejas, y le dejo en ese estado mientras le quito las medias y el calzado. Estiro sus piernas, y con delicadeza palpo en busca de un punto doloroso, y un "!mierda, joder!", me indica que he llegado a ese punto.

- Perdona, no quería decir eso, es que.... - Con naturalidad le hago callar colocando mi dedo índice en sus labios, y él se va calmando hasta tumbarse de nuevo.

- Déjalo en mis manos, no te preocupes de nada más. - Él suspira, sabiendo por experiencia que no hay nada más que pueda hacer en ese momento que abandonarse a mis cuidados. Mis manos se deslizan solas por esos músculos que conocen bien, y profundizan para determinar el grado de la lesión. Afortunadamente no es tan grave como él piensa, ya que las contracturas son mucho más dolorosas en músculos sobrecargados que en los que no están acostumbrados a funcionar hasta este grado extremo de actividad. Nada que no se pueda resolver con un poco de masaje y descanso. - Te va a doler...

- ¿Más aún? - Su tono es de incredulidad quejumbrosa, de ironía frustrada. - Pues sí que tengo mala suerte, tenía que ser precisamente hoy que me rompiera algo. Este partido es importante ¿sabes?

- Lo sé. - Mi tono tranquilo contrasta con el suyo, y le resta gravedad a su irritación. Por suerte traigo conmigo ese aceite milagroso a base de caléndula que es capaz de suavizar la contractura más pertinaz, y después de frotarme las manos enérgicamente, el contacto de mis manos calientes sobre su piel, refrescada por el chorro de reflex que los asistentes se empeñaron en aplicarle al salir del campo, le provoca un estremecimiento de alivio. - ¿Mejor así?

- Sí... tienes buenas manos... - Los primeros efectos de la relajacion empiezan a notarse, y poco a poco el resto de su cuerpo se libera de la tensión, de la frustración... seguramente esa misma tensión, provocada por la responsabilidad, es la que había desembocado en la lesión, así que la pericia de mis manos estaba deshaciendo más de un bloqueo.

Tener ese magnífico gemelo entre mis manos me está despertando un cosquilleo que tengo que controlar, o no podré evitar sucumbir a la tentación de deslizar mis manos por esa pierna bien formada y perderme entre los pliegues de ese ligero pantalón de deporte. Aunque... trabajar toda la musculatura es bien sabido que produce efectos más duraderos que un masaje localizado, así que sería algo terapéutico si lo hiciera...y si trabajara con ambas piernas, sería incluso mucho mejor... y ese suave ronroneo que escucho me da la razón.

- Date la vuelta. - Boca abajo no puede verme, tampoco creo que lo hiciera, ya que está con los ojos cerrados, entregado y confiado. Deslizo mis manos desde los tobillos hasta las nalgas, con suavidad y firmeza, y con cada pasada mis manos suben un poco más, sin llegar a resultar sospechoso que me entretenga unos segundo en notar la redondez de sus glúteos. Amaso los grandes músculos, siento como se derriten bajo mis dedos, como me derrito yo al unísono, como se derrite él en consecuencia. Su respiración está algo más agitada, y su ronroneo es más continuado, y dejo de resistirme... por debajo del pantalón, que es holgado, me recreo en moldear a mi antojo esos glúteos, en darles la forma de mi deseo dormido, y en despertar lentamente el suyo. Lo noto porque imperceptiblemente sus piernas se separan, como invitándome a descubrir los efectos de mis caricias que son ya descaradamente sensuales.

Me aparto un momento, lo justo para untar de nuevo mis manos de aceite, para frotarlas y calentarlas, y noto como él se mantiene en ese silencio expectante, esa inmovilidad que teme romper el encanto del momento con un gesto inadecuado. Y cuando de nuevo se produce el contacto de mis yemas sobre su piel, surge ese estremecimiento que nada tiene que ver ya con el dolor de un principio.

Mientras mis dedos se deslizan hábilmente por sus recovecos, atrás queda el sufrimiento, el mal humor, la preocupación, y se abren paso el placer y la sorpresa, el abandonarse a otras sensaciones del cuerpo que se van avivando  con el roce continuado, con la sabiduría del conocimiento de la anatomía masculina, de esas zonas ricamente inervadas que reaccionan a mis atenciones. Sigue con los ojos cerrados, pero su ronroneo es claramente un gemido ahora, una súplica por hacer duradera esa sensación de bienestar, de dulce rigidez, de palpitación vital, y de la misma forma delicada con la que había conseguido decontracturar su gemelo estaba ahora alcanzando una última serie de espasmos que derramaban lo que quedaba de su tensión en la toalla de la camilla.

Con un cuidado casi maternal retiro cualquier resto que pudiera resultar incómodo o inadecuado, y disfruto masajeando algunas otras zonas que puedan necesitar también de mi atención, regodeándome en el deleite de tener entre mis manos un cuerpo bien formado, el de un hombre atractivo.

- Creo que ya está, intenta ponerte de pie. - Le cuesta volver de esa nube de agradable inconsciencia, en la que poder fingir que nada ha sucedido, pero al final se incorpora. - Despacio, no te levantes de golpe, que no es bueno... así... yo te sostengo, ¿qué tal?

Me mira de una forma curiosa, como si no diera crédito a lo sucedido, a no sentir ya dolor, solo una ligera molestia, a sentirse deliciosamente relajado, con energía, cuando debería ser al revés, y una hermosa sonrisa de complicidad se dibuja en su lindo rostro.

- Mucho mejor... en todo. Gracias.

- De nada... ha sido un verdadero placer, y ahora ¿harás algo por mi?

Me interroga con la mirada, esa sonrisilla suspendida en el silencio, deseando conocer mi deseo a cambio de este pequeño milagro.

- Ve y marca el gol de la victoria para mi. - Sonrío malévola porque sé que esperaba otra cosa.

- Eso está hecho.


1 comentario:

  1. Vaya. Leyendo este artículo he llegado a pensar que todo aspirante a sumiso suyo debería plantearse ir al gimnasio !

    Y en realidad, si lo pensamos, podría ser una mas de las formas de entrega, sentir el esfuerzo, el dolo muscular como un regalo más para la Señora.

    Su lyano

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