Me asomo por la puerta, sin hacer ruído, me gusta sorprenderte en tus quehaceres diarios, observarte furtivamente, aunque estoy convencida de que notas mi presencia antes de que yo misma decida venir. A veces me asusta la capacidad que tienes de adivinar mis deseos, pero me resulta muy relajante no tener que estar decidiendo continuamente. Parte de vivir más cómodamente es el no tener tantas cosas en la mente, simplemente poder disfrutar de las delicias que mi vida me proporciona... siendo tú la más sabrosa de todas ellas.
Inclinado sobre la bañera, con tu camisa blanca casi transparente, tus pantalones ajustados, siempre me ha parecido muy sensual adivinar más que ver, y aunque sé que algunas de mis amigas prefieren a sus sirvientes desnudos, a mi me quita el placer de redescubrirte una y mil veces. El deseo se alimenta con la carencia, desear es no haber conseguido aún, y es anhelar el volver a tener o volver a sentir.
- Mmmmm.... esencia de rosas, mi preferida.- Te giras de inmediato, como si te hubiera sorprendido, y de rodillas aún te inclinas ante mi.
- Señora, he pensado que era la más apropiada para el vestido que ha elegido para esta noche.- Miro en dirección a la cama, donde el raso rojizo destaca sobre el negro de las sábanas de seda. Un vestido de escote largo, pero ceñido sobre las costillas, suelto hasta los pies, fresco y que se adapta a mis formas con naturalidad.
- Es una buena elección, ¿está ya el baño preparado? - Curioseo entre las toallas, cremas, jabones, acariciando tu cabeza al pasar por tu lado. Siento como tu mejilla me roza la pierna, en un gesto de adoración. Puedo sentir esa voluptuosidad que imprimes en cada roce, con delicadeza, con disimulo, enervando cada fibra de mi feminidad.
- Sí, Señora, estaba comprobando la temperatura del agua, y está justo como a usted le gusta, ni muy fría ni muy caliente... - Y esperas... esperas el momento en el que te diga que puedes desvestirme, que puedes ayudarme a entrar en la bañera, y conoces cada paso del ritual: verter el agua sobre mi cuerpo, viendo resbalarse las gotas por mi piel y sobre mis pechos, mirando sin mirar, deseando sin poder, porque entonces te enfundas esas manoplas de toalla, con las que me enjabonas, pero no puedes sentir el tacto de mi piel en tus dedos, solo adivinar por los roces casuales que te permito tener, incluso cuando enjabonas mis zonas más íntimas el guante te impide sentir plenamente sus formas, y sólo puedes alimentarte de los suspiros que me provocan esas toscas caricias. El cabello es lo único que puedes tocar con tus dedos desnudos, y al enjabonarlo noto que juegas con él como si ensortijaras mi vello púbico, como si acariciando mi cabeza pudieras acariciar todo mi cuerpo.... y así es... noto como me recorre una sensación electrizante que despierta mi deseo... y sonrío.
- Es suficiente, Arturo, hoy no podemos llegar tarde, es tu presentación oficial. - Hace semanas que comento con mis amigas que he encontrado al sirviente perfecto, y están todas muertas de curiosidad. Por supuesto la invitación a una cena formal no se ha hecho esperar, y para ello he encargado un traje que te queda indecorosamente elegante: camisa de pecho abierto, pero no demasiado, no quiero que parezcas un escaparate, pantalón ajustado pero no estrecho, a medida, con la caída perfecta, incluso esos gemelos que han dejado de usarse y que a mi me parecen tan distinguidos.- Ve a vestirte, está todo en tu habitación. - Te levantas, dudando, no es habitual romper el ritual del baño, en el que acto seguido me secas con la toalla, uno de los mejores momentos para tí, porque me abrazas al hacerlo, y mucho menos perderte el placer de vestirme, de colocar cada una de las prendas sobre mi cuerpo. - Vamos, Arturo, no te quedes ahí parado...
- Entonces ¿no desea que la vista hoy? - Ese ceño fruncido es tan adorable... las costumbres tienen su parte buena, no hay que ir recordando las cosas, pero si hay algo más delicioso que establecer una costumbre, es romperla.
- No, hoy me vestirá Lucía. Venga que se hace tarde... - te indico con la mano que salgas del baño, y ya en la puerta te giras y te inclinas de nuevo, sonriendo para ti. Reconozco que eso me entusiasma, la capacidad que tienes de comprender las sutilezas de mis decisiones, a pesar de que supongan para ti un cierto desaliento por la frustración.
Inclinado sobre la bañera, con tu camisa blanca casi transparente, tus pantalones ajustados, siempre me ha parecido muy sensual adivinar más que ver, y aunque sé que algunas de mis amigas prefieren a sus sirvientes desnudos, a mi me quita el placer de redescubrirte una y mil veces. El deseo se alimenta con la carencia, desear es no haber conseguido aún, y es anhelar el volver a tener o volver a sentir.
- Mmmmm.... esencia de rosas, mi preferida.- Te giras de inmediato, como si te hubiera sorprendido, y de rodillas aún te inclinas ante mi.
- Señora, he pensado que era la más apropiada para el vestido que ha elegido para esta noche.- Miro en dirección a la cama, donde el raso rojizo destaca sobre el negro de las sábanas de seda. Un vestido de escote largo, pero ceñido sobre las costillas, suelto hasta los pies, fresco y que se adapta a mis formas con naturalidad.
- Es una buena elección, ¿está ya el baño preparado? - Curioseo entre las toallas, cremas, jabones, acariciando tu cabeza al pasar por tu lado. Siento como tu mejilla me roza la pierna, en un gesto de adoración. Puedo sentir esa voluptuosidad que imprimes en cada roce, con delicadeza, con disimulo, enervando cada fibra de mi feminidad.
- Sí, Señora, estaba comprobando la temperatura del agua, y está justo como a usted le gusta, ni muy fría ni muy caliente... - Y esperas... esperas el momento en el que te diga que puedes desvestirme, que puedes ayudarme a entrar en la bañera, y conoces cada paso del ritual: verter el agua sobre mi cuerpo, viendo resbalarse las gotas por mi piel y sobre mis pechos, mirando sin mirar, deseando sin poder, porque entonces te enfundas esas manoplas de toalla, con las que me enjabonas, pero no puedes sentir el tacto de mi piel en tus dedos, solo adivinar por los roces casuales que te permito tener, incluso cuando enjabonas mis zonas más íntimas el guante te impide sentir plenamente sus formas, y sólo puedes alimentarte de los suspiros que me provocan esas toscas caricias. El cabello es lo único que puedes tocar con tus dedos desnudos, y al enjabonarlo noto que juegas con él como si ensortijaras mi vello púbico, como si acariciando mi cabeza pudieras acariciar todo mi cuerpo.... y así es... noto como me recorre una sensación electrizante que despierta mi deseo... y sonrío.
- Es suficiente, Arturo, hoy no podemos llegar tarde, es tu presentación oficial. - Hace semanas que comento con mis amigas que he encontrado al sirviente perfecto, y están todas muertas de curiosidad. Por supuesto la invitación a una cena formal no se ha hecho esperar, y para ello he encargado un traje que te queda indecorosamente elegante: camisa de pecho abierto, pero no demasiado, no quiero que parezcas un escaparate, pantalón ajustado pero no estrecho, a medida, con la caída perfecta, incluso esos gemelos que han dejado de usarse y que a mi me parecen tan distinguidos.- Ve a vestirte, está todo en tu habitación. - Te levantas, dudando, no es habitual romper el ritual del baño, en el que acto seguido me secas con la toalla, uno de los mejores momentos para tí, porque me abrazas al hacerlo, y mucho menos perderte el placer de vestirme, de colocar cada una de las prendas sobre mi cuerpo. - Vamos, Arturo, no te quedes ahí parado...
- Entonces ¿no desea que la vista hoy? - Ese ceño fruncido es tan adorable... las costumbres tienen su parte buena, no hay que ir recordando las cosas, pero si hay algo más delicioso que establecer una costumbre, es romperla.
- No, hoy me vestirá Lucía. Venga que se hace tarde... - te indico con la mano que salgas del baño, y ya en la puerta te giras y te inclinas de nuevo, sonriendo para ti. Reconozco que eso me entusiasma, la capacidad que tienes de comprender las sutilezas de mis decisiones, a pesar de que supongan para ti un cierto desaliento por la frustración.
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