martes, 14 de diciembre de 2010

Serie Artúrica (1): La entrevista

Repaso la lista de nombres mientras le doy un sorbo a la limonada helada que tengo sobre la mesilla. Qué difícil parece encontrar lo que busco, ya no queda ese sentido de satisfacción genuina que se produce al servir. En los momentos de crisis que vivimos llaman más la atención otros aspectos. Cojo de nuevo el periódico doblado en el que hace unas semanas viene apareciendo mi anuncio:

"Si sientes vocación de servicio, si eres alguien hábil y entrenado en hacer la vida más agradable y fácil, te ofrezco un lugar donde vivir, un sueldo razonable, una oportunidad de aprender y crecer, haciéndote sentir útil y valioso para tu Señora. Sólo personal masculino."

Ahora que lo releo, tendría que haber añadido algo así como "Abstenerse aprovechados y/o necesitados." Por desgracia, la adulación se confunde a menudo con la necesidad de agradar, y también con la necesidad de comer. La desesperación nos lleva a intentar cualquier cosa, aunque no sea lo que verdaderamente sentimos, y en las quince últimas entrevistas he podido ver un grado elevado de esa desesperación... padres de familia que por llevar algo de dinero a casa se ofrecen, vagabundos sin techo, curiosos sin autenticidad... sin saber que lo que yo busco tiene mayor profundidad.

Leo el siguiente nombre: Arturo Mendez, 35 años, de Barcelona, disponibilidad inmediata y absoluta, y me llama la atención sobretodo la última frase del mensaje: "A sus pies para servirla". Mmmmm.... esos toques de distinción marcan la diferencia entre ser educado o ser servicial. Suena el timbre de la puerta y oigo los pasos apresurados de Lucía, y después el coro de unos pasos marcados, acompañándola hasta el salón.

- Señora, el señor Mendez ha llegado.- No hace falta decirle nada, Lucía sabe de sobra que tiene que dejarnos solos, y que no requiere de ninguna indicación por mi parte para hacerlo. Sigo repasando la lista, aún me quedan diez personas más por entrevistar, y siento como me vuelve la jaqueca, ese dolor agudo en las sienes que no se va con nada excepto la oscuridad absoluta.

Sé que estás esperando en la puerta, no has dado ni un paso más de donde te dejara Lucía, ni has dicho palabra alguna. Tu nota es breve, casi críptica, nombras cierta experiencia sirviendo a otras Señoras pero sin más detalles. Eso despierta mi curiosidad y te ha hecho entrar en la lista de pre-seleccionados. Ha llegado el momento de hacerme una primera impresión y te miro. Mmmmm.... bien vestido, elegante pero informal, manos a la espalda, la mirada en la alfombra, paciente, tranquilo, de aspecto agradable, esto ya marca una diferencia.

- Adelante, Sr. Mendez, no se quede en la puerta.- Te indico el escabel que hay frente a mi, que es considerablemente más bajo que el sillón en el que me siento. Avanzas casi sin levantar la mirada y al llegar a mi altura tiendes la mano hacia mi y al darte mi mano la volteas para besar levemente el dorso.

- A sus pies Señora.- Parece que esa posición descendida del asiento no te turba, como lo hiciera con los demás.

- Muy bien... Arturo ¿verdad? Veo que has servido con anterioridad a otras Señoras... - dejo el comentario en el aire, pero el brillo que ha cruzado tu mirada, esa leve curvatura de tu comisura izquierda, la ligera elevación de la ceja... ¿es satisfacción, mezclada con cierta lascivia? - Como ves no busco a alguien para el servicio doméstico, se trataría más bien de un servicio... personal, también privado, de ahí que se requiera que estés a mi disposición en todo momento, ¿supone eso un problema?

- Señora....- Me miras por primera vez directo a los ojos, con una intensidad inesperada - ... nada me complacería más. - Siento ese hormigueo que se forma en mi vientre cuando alguien despierta mi lado oscuro. Siento también como me recorres con la mirada hasta volver a mirar a la alfombra. Sumisión y deseo, una mezcla deliciosamente perfecta.

- Muy bien, estarás a prueba unos días, hasta que decida si te quedas a mi servicio o no. No te preocupes, tus necesidades serán atendidas... - De repente te arrodillas frente a mi, y te agachas para besar mis pies. No son besos de etiqueta, igual que no lo fué el que me diste en la mano, están cargados de sensualidad, y de... vigor, sí, resultan vigorizantes.

- Gracias, Señora, espero que mis servicios resulten de su total agrado, y si en alguna cosa la contrariara, por favor, no dude en corregirme, aprendo muy rápido, se lo aseguro... ¿Puedo retirarme? - Por mi mente han cruzado mil imágenes en un segundo, imágenes en las que tus manos recorrían mi cuerpo untándolo de aceites, en las que tu boca me servía de copa, tu lengua refrescaba mi piel en estos días tórridos de verano, en las que me desvestías con esa mirada pícara y tímida a la vez, en las que en tu torso desnudo pintaba figuras con chocolate, en las que me ayudabas a cruzar un charco levantándome en volandas para no manchar mis delicados pies.... - ¿Señora...?

- Oh, sí, claro.... Lucía te indicará donde está tu habitación. - Te veo marchar a paso seguro, y girarte en la puerta para inclinarte en señal de respeto.

Cojo la lista de las entrevistas que me quedan, y aun perdida en mis imágenes la rompo en trocitos pequeños.

- Lucía! Ya no recibiré más visitas hoy. Diles... que el puesto está cubierto.




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