Le tiendo de nuevo mi mano para ayudarla a salir de la bañera. El sonido del agua al caer desde su cuerpo se mezcla con el chisporroteo de las velas y el crepitar de los últimos restos de espuma al deshacerse. Mientras Ella misma seca su rostro y recoge con un paño el exceso de humedad de su cabello, yo me arrodillo y comienzo a secar sus pies. Me detengo minuciosamente en cada dedo, en cada recoveco. En ocasiones no puedo contenerme y sorbo con mis propios labios alguna pequeña gotita de su piel. Después continúo ascendiendo por sus piernas interminables, la parte posterior de sus rodillas, sus muslos. Mi Señora los entreabre ligeramente para permitirme el acceso a su intimidad. Allí el cuidado se hace máximo. Con la toalla voy presionando de un modo muy delicado para enjugar la humedad de la parte inferior de sus nalgas, de las ingles, de su secreto más íntimo… Totalmente rendido a su sensualidad continúo el recorrido por sus caderas, la espalda, las axilas, el cuello… y de nuevo pequeños golpecitos cuando alcanzo la piel más fina de sus pechos, para terminar secando sus pezones de la manera que Ella misma me ha enseñado… soplándolos suavemente con el aliento de mi boca.
Una vez vestida con su albornoz me sitúo a su espalda para ayudarla con el secador eléctrico. Al mismo tiempo voy desenredando y cepillando su larguísima melena, disfrutando del modo en que por el efecto del calor su pelo comienza a ondularse en pequeños bucles entre mis dedos. Mi Ama me pide que esta noche la acompañe en la mesa durante la cena. No siempre lo hacemos así, hay ocasiones en las que yo me ocupo únicamente de servirla, procurando mimarla con mis atenciones. La verdad es que disfruto su compañía de las dos maneras, aunque en especial esta noche, y Ella lo sabe perfectamente, me apetecía que cenáramos juntos.
Mi Ama escoge de mi armario la ropa que quiere que utilice para la cena, un pantalón y una camisa que Ella misma me compró hace unos días, aunque antes de vestirme yo, y es uno de los mayores placeres del día... debo ayudarla a Ella...
Una vez vestida con su albornoz me sitúo a su espalda para ayudarla con el secador eléctrico. Al mismo tiempo voy desenredando y cepillando su larguísima melena, disfrutando del modo en que por el efecto del calor su pelo comienza a ondularse en pequeños bucles entre mis dedos. Mi Ama me pide que esta noche la acompañe en la mesa durante la cena. No siempre lo hacemos así, hay ocasiones en las que yo me ocupo únicamente de servirla, procurando mimarla con mis atenciones. La verdad es que disfruto su compañía de las dos maneras, aunque en especial esta noche, y Ella lo sabe perfectamente, me apetecía que cenáramos juntos.
Mi Ama escoge de mi armario la ropa que quiere que utilice para la cena, un pantalón y una camisa que Ella misma me compró hace unos días, aunque antes de vestirme yo, y es uno de los mayores placeres del día... debo ayudarla a Ella...
Los hábitos suelen adquirirse para poder emplear la mente en otras cosas, y no tener que estar pensando constantemente en todos los pequeños detalles que constituyen nuestra vida cotidiana. Pero desde que él está conmigo, cada pequeño detalle tiene significado por si mismo, y se convierte de esa forma en un ritual.
Así es el ritual de secarme después de un baño de espuma. Cada movimiento está estudiado, es preciso, pero al mismo tiempo está cargado de sentimiento por ambas partes. Cuando él me seca con tanto cuidado, me siento como si fuera de porcelana y pudiera romperme con cualquier gesto brusco que él hiciera. Siempre he sentido que la sensualidad es uno de los caminos, por no decir uno de los ingredientes, hacia una sexualidad mucho más extensa, más allá de lo que propiamente atañe a los genitales. Es la sensualidad la que despierta la mente, la que estimula el erotismo, la que produce ese cosquilleo en el bajo vientre que se va extendiendo, como ahora lo hacen sus manos al secarme con la toalla. Cada beso en mi piel, persiguiendo las gotas de agua, produce una corriente eléctrica que me hace estremecer.
Le observo arrobada, porque en su mirada puedo ver que cada parte de mi cuerpo es para él un santuario y a la vez su perdición. La veneración de su trato hacia mi me estimula a querer ser cada vez mejor, más sabia, más sensible, más justa, más comprensiva, una mejor Ama para él, para que esa confianza que deposita en mi sea justificada. Y por eso recurro a la ternura que me despierta para superar esos momentos en los que me siento decepcionada, o en los que me hace enfadar. Soy consciente de que pone toda su intención, y que a veces los malos entendidos pueden llevar a una situación como la que hemos vivido.
Cierro los ojos y disfruto del deslizar de sus dedos por mi pelo, y entonces me doy cuenta de que, por muy importante que me parezca mi trabajo, hay vivencias que se quedan grabadas en el corazón y son mucho más importantes que perder el esfuerzo de todo un mes justo el día antes de la presentación a los clientes. Y si no hubiera tenido que pasarme el día justificando porqué el proyecto no estaba listo en la fecha prevista, porque necesitaba una semana más de tiempo, sin tener que contar que todos los datos se habían ido a la papelera sólo porqué él decidió hacer limpieza de CD's sin preguntarme, y sin saber que justo ese CD contenía esa información vital. Y si no hubiera sido tan meticuloso en sus quehaceres y no hubiera tirado la basura antes de que yo me diera cuenta de su falta... pero no tenía sentido que le diera más vueltas, él estaba claramente arrepentido de no haberme consultado, de no haber preguntado qué CD's se podían tirar, y ya nada se podía hacer excepto rehacer de nuevo el informe, y por supuesto, esta vez hacer una copia de seguridad.
No es de eso de lo que quiero hablar durante la cena, que por el olorcito que impregna el pasillo sé que es mi comida favorita, sinó de cómo se siente, de lo que ha aprendido, de cualquier cosa que pueda ayudarme a resolver este contratiempo que me va a suponer un esfuerzo extraordinario. Son momentos en los que puede expresarse libremente, en los que puede abrirse y sabe que le escucharé atentamente, con el ánimo de comprender su punto de vista y de llegar a un entendimiento.
Y para eso quiero que se vista como el caballero que es, el hombre que se entrega a mi, orgulloso de ser mi siervo y mucho más que eso, mi apoyo y mi solaz, mi confidente y mi amante, porque no he conocido mayor placer que el de percibir su admiración por mi, su entrega sin condiciones, seguro de que velaré por su bienestar.
Yo también quiero vestirme de forma especial, con un vestido largo y negro, escotado por la espalda, con los zapatos que tanto le gustan, y que a mi me hacen sentir como una Dama, como la Señora que soy, elegante pero con discreción. Y mientras sus ojos brillan al subirme la cremallera, mi boca se hace agua pensando en esa sopa de pescado que calmara el rugido ya salvaje de mis tripas hambrientas.
Así es el ritual de secarme después de un baño de espuma. Cada movimiento está estudiado, es preciso, pero al mismo tiempo está cargado de sentimiento por ambas partes. Cuando él me seca con tanto cuidado, me siento como si fuera de porcelana y pudiera romperme con cualquier gesto brusco que él hiciera. Siempre he sentido que la sensualidad es uno de los caminos, por no decir uno de los ingredientes, hacia una sexualidad mucho más extensa, más allá de lo que propiamente atañe a los genitales. Es la sensualidad la que despierta la mente, la que estimula el erotismo, la que produce ese cosquilleo en el bajo vientre que se va extendiendo, como ahora lo hacen sus manos al secarme con la toalla. Cada beso en mi piel, persiguiendo las gotas de agua, produce una corriente eléctrica que me hace estremecer.
Le observo arrobada, porque en su mirada puedo ver que cada parte de mi cuerpo es para él un santuario y a la vez su perdición. La veneración de su trato hacia mi me estimula a querer ser cada vez mejor, más sabia, más sensible, más justa, más comprensiva, una mejor Ama para él, para que esa confianza que deposita en mi sea justificada. Y por eso recurro a la ternura que me despierta para superar esos momentos en los que me siento decepcionada, o en los que me hace enfadar. Soy consciente de que pone toda su intención, y que a veces los malos entendidos pueden llevar a una situación como la que hemos vivido.
Cierro los ojos y disfruto del deslizar de sus dedos por mi pelo, y entonces me doy cuenta de que, por muy importante que me parezca mi trabajo, hay vivencias que se quedan grabadas en el corazón y son mucho más importantes que perder el esfuerzo de todo un mes justo el día antes de la presentación a los clientes. Y si no hubiera tenido que pasarme el día justificando porqué el proyecto no estaba listo en la fecha prevista, porque necesitaba una semana más de tiempo, sin tener que contar que todos los datos se habían ido a la papelera sólo porqué él decidió hacer limpieza de CD's sin preguntarme, y sin saber que justo ese CD contenía esa información vital. Y si no hubiera sido tan meticuloso en sus quehaceres y no hubiera tirado la basura antes de que yo me diera cuenta de su falta... pero no tenía sentido que le diera más vueltas, él estaba claramente arrepentido de no haberme consultado, de no haber preguntado qué CD's se podían tirar, y ya nada se podía hacer excepto rehacer de nuevo el informe, y por supuesto, esta vez hacer una copia de seguridad.
No es de eso de lo que quiero hablar durante la cena, que por el olorcito que impregna el pasillo sé que es mi comida favorita, sinó de cómo se siente, de lo que ha aprendido, de cualquier cosa que pueda ayudarme a resolver este contratiempo que me va a suponer un esfuerzo extraordinario. Son momentos en los que puede expresarse libremente, en los que puede abrirse y sabe que le escucharé atentamente, con el ánimo de comprender su punto de vista y de llegar a un entendimiento.
Y para eso quiero que se vista como el caballero que es, el hombre que se entrega a mi, orgulloso de ser mi siervo y mucho más que eso, mi apoyo y mi solaz, mi confidente y mi amante, porque no he conocido mayor placer que el de percibir su admiración por mi, su entrega sin condiciones, seguro de que velaré por su bienestar.
Yo también quiero vestirme de forma especial, con un vestido largo y negro, escotado por la espalda, con los zapatos que tanto le gustan, y que a mi me hacen sentir como una Dama, como la Señora que soy, elegante pero con discreción. Y mientras sus ojos brillan al subirme la cremallera, mi boca se hace agua pensando en esa sopa de pescado que calmara el rugido ya salvaje de mis tripas hambrientas.
Entre el masaje y el baño se nos ha hecho –deliciosamente- tardísimo, menos mal que mañana es sábado, y cuando nos sentamos a la mesa para cenar los dos estamos desfallecidos de hambre. Esta mañana, en el mercado, he recorrido todos los puestos buscando los ingredientes más frescos para cocinar su plato favorito, y ahora el aroma del pescado y los mariscos inundan la casa de evocaciones marinas.
Mientras sirvo la sopa mi Ama me contempla complacida, atenta a la manera en la que me desenvuelvo. La cena discurre animada por nuestro acostumbrado buen humor, cómplices y divertidos. Hay ocasiones en las que la risa es más liberadora de tensiones que el propio sexo, y después del día que los dos hemos pasado, poder dar rienda suelta a nuestra necesidad de reír es algo muy gratificante.
Al terminar la cena sus ojos se clavan en los míos de un modo que ya conozco, es una mirada que se adentra más allá en mi interior, una mirada que en ocasiones indaga en aspectos de mi personalidad que incluso yo mismo desconozco, y ante la cual me siento indefenso y vulnerable como pocas veces.
-¿Quieres que hablemos mario?
Me hace la pregunta con una voz increíblemente tierna. Mi Ama tiene la virtud de formular sus órdenes de un modo tan cortés que puede parecer que tengo alguna escapatoria, pero los dos sabemos que no es así. A pesar de que en los últimos minutos nos hemos mostrado muy distendidos, el problema que hemos tenido nos sobrevuela constantemente, y es mejor aclarar las cosas que dejar que éstas se enquisten.
Su pregunta me ha ruborizado, cosa habitual en mí. Soy consciente de lo que me cuesta mantener su mirada, pero me doy cuenta de que al menos en esta ocasión, tengo que intentarlo. Hay un aspecto que juega a mi favor, sé que en nuestra relación mi Ama me exige una única cosa, y que todo irá bien si soy capaz de cumplirla, es la honestidad de mi corazón. Así que comienzo a referir mis sentimientos tal cual se han producido, con la mayor sinceridad de la que soy capaz. Al hablar trato de no enjuiciar yo mismo mis sensaciones, mi Ama sabrá como hacerlo. El asunto de la pérdida del Cd me ha afectado profundamente, darme cuenta de que Ella lo ha pasado mal disculpándose en su trabajo por un error que yo he cometido me abochorna, pero soy consciente de que no basta con arrepentirme, ojalá pudiera solucionarse todo de un modo tan simple. Tengo la costumbre de tomar demasiadas iniciativas por cuenta propia, y me cuesta a veces asumir un papel más secundario en la relación. Soy consciente de ello y de la necesidad de cambiar mi actitud, y le pido humildemente que me corrija cuantas veces lo considere necesario.
A estas alturas de la conversación mi Ama toma la mano que tengo temblorosamente apoyada en la mesa y la cobija bajo la suya. La palma de su mano comienza a acariciar el dorso de la mía, y mi muñeca, y finalmente sus dedos se entrelazan con los míos. Esta demostración de afecto me anima a continuar. Ahora cierro los ojos y dejo fluir mis sentimientos como si de un torrente de emociones se tratara. Con mi error al extraviar el Cd me he sentido como un estorbo para Ella, alguien incapaz de estar a la altura que mi Señora requiere. He sentido la angustia de perderla como pocas veces hasta ahora, y mi necesidad de sentirme protegido por su fuerza se ha hecho casi físicamente palpable. Mis palabras salen como desbocadas, y al mismo tiempo encuentro un enorme placer en desnudarme ante Ella de este modo, un desnudo mucho más íntimo que el del mero cuerpo. Ella me permite desahogarme a mi manera y sigo hablando aún durante un buen rato, aunque mis ojos cerrados me impiden ver como el rostro de mi Señora se ha dulcificado de un modo delicioso, y me contempla con una sonrisa henchida de satisfacción. Pero no sólo sonríe al ser plenamente consciente de su influencia sobre mí, sino que es también la sonrisa de una mujer enamorada...
Mientras sirvo la sopa mi Ama me contempla complacida, atenta a la manera en la que me desenvuelvo. La cena discurre animada por nuestro acostumbrado buen humor, cómplices y divertidos. Hay ocasiones en las que la risa es más liberadora de tensiones que el propio sexo, y después del día que los dos hemos pasado, poder dar rienda suelta a nuestra necesidad de reír es algo muy gratificante.
Al terminar la cena sus ojos se clavan en los míos de un modo que ya conozco, es una mirada que se adentra más allá en mi interior, una mirada que en ocasiones indaga en aspectos de mi personalidad que incluso yo mismo desconozco, y ante la cual me siento indefenso y vulnerable como pocas veces.
-¿Quieres que hablemos mario?
Me hace la pregunta con una voz increíblemente tierna. Mi Ama tiene la virtud de formular sus órdenes de un modo tan cortés que puede parecer que tengo alguna escapatoria, pero los dos sabemos que no es así. A pesar de que en los últimos minutos nos hemos mostrado muy distendidos, el problema que hemos tenido nos sobrevuela constantemente, y es mejor aclarar las cosas que dejar que éstas se enquisten.
Su pregunta me ha ruborizado, cosa habitual en mí. Soy consciente de lo que me cuesta mantener su mirada, pero me doy cuenta de que al menos en esta ocasión, tengo que intentarlo. Hay un aspecto que juega a mi favor, sé que en nuestra relación mi Ama me exige una única cosa, y que todo irá bien si soy capaz de cumplirla, es la honestidad de mi corazón. Así que comienzo a referir mis sentimientos tal cual se han producido, con la mayor sinceridad de la que soy capaz. Al hablar trato de no enjuiciar yo mismo mis sensaciones, mi Ama sabrá como hacerlo. El asunto de la pérdida del Cd me ha afectado profundamente, darme cuenta de que Ella lo ha pasado mal disculpándose en su trabajo por un error que yo he cometido me abochorna, pero soy consciente de que no basta con arrepentirme, ojalá pudiera solucionarse todo de un modo tan simple. Tengo la costumbre de tomar demasiadas iniciativas por cuenta propia, y me cuesta a veces asumir un papel más secundario en la relación. Soy consciente de ello y de la necesidad de cambiar mi actitud, y le pido humildemente que me corrija cuantas veces lo considere necesario.
A estas alturas de la conversación mi Ama toma la mano que tengo temblorosamente apoyada en la mesa y la cobija bajo la suya. La palma de su mano comienza a acariciar el dorso de la mía, y mi muñeca, y finalmente sus dedos se entrelazan con los míos. Esta demostración de afecto me anima a continuar. Ahora cierro los ojos y dejo fluir mis sentimientos como si de un torrente de emociones se tratara. Con mi error al extraviar el Cd me he sentido como un estorbo para Ella, alguien incapaz de estar a la altura que mi Señora requiere. He sentido la angustia de perderla como pocas veces hasta ahora, y mi necesidad de sentirme protegido por su fuerza se ha hecho casi físicamente palpable. Mis palabras salen como desbocadas, y al mismo tiempo encuentro un enorme placer en desnudarme ante Ella de este modo, un desnudo mucho más íntimo que el del mero cuerpo. Ella me permite desahogarme a mi manera y sigo hablando aún durante un buen rato, aunque mis ojos cerrados me impiden ver como el rostro de mi Señora se ha dulcificado de un modo delicioso, y me contempla con una sonrisa henchida de satisfacción. Pero no sólo sonríe al ser plenamente consciente de su influencia sobre mí, sino que es también la sonrisa de una mujer enamorada...
La cena estaba deliciosa, preparada con el interés de quien conoce mis gustos y se ha esforzado en elegir cuidadosamente los ingredientes, dándole su toque personal en la presentación. Cuando me sirve la comida tiene ese aire de camarero profesional de restaurante de cuatro tenedores, ese ademán atento y comedido que me gusta admirar. Ya no sería lo mismo una comida sin ese acompañamiento servicial y mucho menos sin su compañía.
El masaje y el baño nos han relajado a los dos, y la velada transcurre comentando acerca de conocidos y sus anécdotas, de recuerdos y risas. Volver a ver su sonrisa aleja de mi mente el fantasma de ese cuerpo desnudo y tembloroso arrodillado en la puerta a mi llegada. Pero no disipa esa niebla que lo empaña todo, esa conversación pendiente. Después de un postre delicioso se palpa perceptiblemente la tensión de la espera.
- ¿Quieres que hablemos mario?
Es una pregunta retórica que permite romper ese momento en suspensión y le da pie a explicarme, a contarme su punto de vista sobre lo sucedido. En el fondo sigue siendo tímido, y en situaciones como ésta se ruboriza adorablemente, e intenta sostener valientemente mi mirada mientras habla. Soy consciente de que puedo resultar turbadora al mirar directamente a los ojos, y él me ha comentado muchas veces que se siente traspasado, abierto, vulnerable, totalmente transparente a mi acecho.
Y su voz suena quebrada, las primeras palabras balbuceantes, pero poco a poco deja entrever las emociones vividas, la vergüenza al saber la de excusas y explicaciones que he tenido que dar, el arrepentimiento por no preguntar antes de actuar, la aceptación de las consecuencias de sus actos. Apoya sus manos sobre la mesa como para darse fuerzas y admitir todo lo que ha estado atenazando su corazón a lo largo del día. Y la honestidad con la que lo hace me conmueve en lo más hondo, y acaricio su mano, para que deje de temblar, y suspira, suspira profundamente.
Hay momentos en los que me planteo las características de esta clase de relación, si realmente es necesario este grado de dependencia en el que las iniciativas que él pueda tener tengan que estar supeditadas a mis deseos en todo momento. Y entonces le miro, y veo en sus ojos la necesidad de complacerme, de saberme feliz, y que de todo lo sucedido lo que más le afecta es haberme hecho sentir mal, no estar a la altura de lo que yo necesito, y que esa necesidad surge de la confianza en mi fuerza para salir adelante, para saber lo que es mejor para ambos, y entonces me reafirmo en que esa dependencia no es tal, sinó entrega voluntaria, constante, a hacer de mi bienestar su prioridad absoluta. Y siento brotar de mi corazón la ternura, el agradecimiento, la admiración hacia alguien de tal generosidad, tal desprendimiento y de tal voluntad de satisfacerme en todas las formas posibles que me hace sentir única, adorada, especial, una soberana de mi reino, en el que él se ofrece como mi súbdito y fiel siervo.
Y con los ojos cerrados su voz se va calmando, hasta terminar en un silencio expectante, pendiente de mi decisión, de mi criterio.
- Ven, mario, acércate - no le suelto de la mano mientras se levanta y se arrodilla a mis pies, y palmeo mi regazo para que apoye su cabeza en él. Suspira aliviado, esa postura le da seguridad, es nuestra preferida, la de las confesiones, los mimos, y esta vez también la de las reflexiones - Sabes que no me gusta castigar, que ese no es mi estilo, pero no es la primera vez que tus iniciativas nos ponen en esta situación, aunque no habíamos llegado a algo tan grave - Acaricio su pelo, mientras él asiente en silencio. - Dime cómo puedo hacer qué entiendas esto, que formamos un equipo y que es preciso que me consultes, que nada de lo que haces es insignificante, y forma parte de un conjunto, uno que intento que sea armonioso y beneficioso para los dos. - Él se abraza fuertemente a mis piernas, como si temiera perderme. - Sé que un castigo no resolverá la situación, ni a mi me tranquilizará, pero es preciso que encontremos una forma de evitar esto en el futuro, no me gusta enfadarme contigo, ni que te sientas inseguro, ni que dejes de hacer lo que creas que me va a agradar, pero tienes que poner de tu parte. Valoro tus muestras de arrepentimiento, y sé que son sinceras, pero tendrás que hacer algo más esta vez. - Le levanto la barbilla, para mirarle a los ojos, que están húmedos de emoción. - Voy a tener que trabajar muchas horas en casa para arreglar esto, y tengo que estar muy tranquila y concentrada, y eso significa que durante estos días vas a tener que asumir ciertas responsabilidades de las que me ocupo normalmente, y necesito estar segura de que puedes hacerlo y de que me liberarás de cualquier carga o interrupción. - En su mirada se refleja el alivio, de saber que puede hacer algo para contribuir, para no sentirse alguien torpe e inútil, porque al fin y al cabo somos ante todo personas, falibles e imperfectas.- Y ahora me acompañarás a la habitación... y veré de qué otras formas puedes compensarme - y le guiño un ojo, con una sonrisa pícara y un tono de voz inconfundible que él sabe pèrfectamente lo que significa.
El masaje y el baño nos han relajado a los dos, y la velada transcurre comentando acerca de conocidos y sus anécdotas, de recuerdos y risas. Volver a ver su sonrisa aleja de mi mente el fantasma de ese cuerpo desnudo y tembloroso arrodillado en la puerta a mi llegada. Pero no disipa esa niebla que lo empaña todo, esa conversación pendiente. Después de un postre delicioso se palpa perceptiblemente la tensión de la espera.
- ¿Quieres que hablemos mario?
Es una pregunta retórica que permite romper ese momento en suspensión y le da pie a explicarme, a contarme su punto de vista sobre lo sucedido. En el fondo sigue siendo tímido, y en situaciones como ésta se ruboriza adorablemente, e intenta sostener valientemente mi mirada mientras habla. Soy consciente de que puedo resultar turbadora al mirar directamente a los ojos, y él me ha comentado muchas veces que se siente traspasado, abierto, vulnerable, totalmente transparente a mi acecho.
Y su voz suena quebrada, las primeras palabras balbuceantes, pero poco a poco deja entrever las emociones vividas, la vergüenza al saber la de excusas y explicaciones que he tenido que dar, el arrepentimiento por no preguntar antes de actuar, la aceptación de las consecuencias de sus actos. Apoya sus manos sobre la mesa como para darse fuerzas y admitir todo lo que ha estado atenazando su corazón a lo largo del día. Y la honestidad con la que lo hace me conmueve en lo más hondo, y acaricio su mano, para que deje de temblar, y suspira, suspira profundamente.
Hay momentos en los que me planteo las características de esta clase de relación, si realmente es necesario este grado de dependencia en el que las iniciativas que él pueda tener tengan que estar supeditadas a mis deseos en todo momento. Y entonces le miro, y veo en sus ojos la necesidad de complacerme, de saberme feliz, y que de todo lo sucedido lo que más le afecta es haberme hecho sentir mal, no estar a la altura de lo que yo necesito, y que esa necesidad surge de la confianza en mi fuerza para salir adelante, para saber lo que es mejor para ambos, y entonces me reafirmo en que esa dependencia no es tal, sinó entrega voluntaria, constante, a hacer de mi bienestar su prioridad absoluta. Y siento brotar de mi corazón la ternura, el agradecimiento, la admiración hacia alguien de tal generosidad, tal desprendimiento y de tal voluntad de satisfacerme en todas las formas posibles que me hace sentir única, adorada, especial, una soberana de mi reino, en el que él se ofrece como mi súbdito y fiel siervo.
Y con los ojos cerrados su voz se va calmando, hasta terminar en un silencio expectante, pendiente de mi decisión, de mi criterio.
- Ven, mario, acércate - no le suelto de la mano mientras se levanta y se arrodilla a mis pies, y palmeo mi regazo para que apoye su cabeza en él. Suspira aliviado, esa postura le da seguridad, es nuestra preferida, la de las confesiones, los mimos, y esta vez también la de las reflexiones - Sabes que no me gusta castigar, que ese no es mi estilo, pero no es la primera vez que tus iniciativas nos ponen en esta situación, aunque no habíamos llegado a algo tan grave - Acaricio su pelo, mientras él asiente en silencio. - Dime cómo puedo hacer qué entiendas esto, que formamos un equipo y que es preciso que me consultes, que nada de lo que haces es insignificante, y forma parte de un conjunto, uno que intento que sea armonioso y beneficioso para los dos. - Él se abraza fuertemente a mis piernas, como si temiera perderme. - Sé que un castigo no resolverá la situación, ni a mi me tranquilizará, pero es preciso que encontremos una forma de evitar esto en el futuro, no me gusta enfadarme contigo, ni que te sientas inseguro, ni que dejes de hacer lo que creas que me va a agradar, pero tienes que poner de tu parte. Valoro tus muestras de arrepentimiento, y sé que son sinceras, pero tendrás que hacer algo más esta vez. - Le levanto la barbilla, para mirarle a los ojos, que están húmedos de emoción. - Voy a tener que trabajar muchas horas en casa para arreglar esto, y tengo que estar muy tranquila y concentrada, y eso significa que durante estos días vas a tener que asumir ciertas responsabilidades de las que me ocupo normalmente, y necesito estar segura de que puedes hacerlo y de que me liberarás de cualquier carga o interrupción. - En su mirada se refleja el alivio, de saber que puede hacer algo para contribuir, para no sentirse alguien torpe e inútil, porque al fin y al cabo somos ante todo personas, falibles e imperfectas.- Y ahora me acompañarás a la habitación... y veré de qué otras formas puedes compensarme - y le guiño un ojo, con una sonrisa pícara y un tono de voz inconfundible que él sabe pèrfectamente lo que significa.
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