jueves, 9 de diciembre de 2010

Los lados de la ventana (6 y final)

- mario, ¿Crees que debo castigarte?

Siento un gozo muy especial cuando me arrodillo y cobijo mi cabeza en su regazo. Hemos vivido tardes enteras manteniendo esta posición, yo reposando mi cuerpo en su seno y Ella acariciando mi pelo. Y es como si esa postura nos facilitara la comunicación, como si ambos nos encontráramos tan a gusto que enseguida surge una conversación plena de confianza. Cuando me encuentro en ese estado pienso a veces que hablo conmigo mismo, descubriendo sentimientos que parecen albergados en algún sitio tan recóndito que sólo Ella conoce.

-mario, ¿Crees que debo castigarte?

Conozco a mi Señora y sé en este momento que ya estoy perdonado. Ella es consciente de que mi verdadero castigo me lo he infligido yo mismo durante todo el día, tomando conciencia de mi error, asumiendo mi equivocación y ofreciendo mi más íntimo arrepentimiento. Durante el resto del fin de semana me encomendaré a la tarea de que nada ni nadie la moleste, para que pueda rehacer el trabajo que por mi torpeza se ha perdido. Ella nunca se mostraría cruel conmigo, de eso estoy seguro, al menos mientras me
siga aceptando a su lado. En su pregunta hay mil matices. Es como si una gata de garras afiladas se entretuviera jugueteando con un ratoncillo antes de devorarlo a lametones. Hay una forma de amarse en la que el placer y el dolor van de la mano, hay unos azotes que agreden y otros que agradan, todo depende de la bondad de la mano. A veces darse cuenta de esos matices nos lleva una vida entera, pero otras todo es cuestión del hechizo de encontrarse con la persona adecuada.

Pienso a veces que las relaciones afectivas entre dos personas son como una gran partida de ajedrez. Hay parejas que disfrutan con la relación que proporciona la paridad de fuerzas, las diferentes posibilidades que ofrece el equilibrio. Hay otras que se afanan una y otra vez en romper esa igualdad, y se pasan la vida tratando de doblegar a su pareja, buscando la manera de herirla, como si la partida de ajedrez fuera una guerra encarnizada. Pero después hay otras relaciones, otras parejas, que disponen sus piezas en el tablero de un modo diferente. Pienso que someterse a otra persona es como aceptar jugar todas las partidas con las piezas negras, y aún más, rendir voluntariamente todas las figuras de forma que el rey negro únicamente cuente con el respaldo de unos insignificantes peones. Las piezas blancas enseguida toman posesión del tablero, dominando todas y cada una de las facetas del juego. Las torres blancas bloquean por completo las salidas, anulando cualquier posibilidad de escapatoria, los caballos aparecen y desaparecen sumiendo las piezas negras en una confusión permanente, los alfiles van capturando peones a su antojo, con total impunidad. El rey negro se va quedando desprotegido en su pequeña celda, sintiéndose rodeado por todas partes. Y en un momento dado todas las piezas blancas se apartan a un lado, respetuosas y expectantes. Comparece entonces en el tablero la Dama blanca, altiva y desafiante, vestida únicamente por una capa de terciopelo rojo que le concede la majestuosidad de una Reina. La Dama avanza despacio, saboreando su victoria de antemano, arrinconando a su oponente que, totalmente derrotado, no puede hacer otra cosa que arrodillarse y postrarse en el suelo. Entonces la Dama se sitúa a su espalda, recoge hacia atrás los lados de su capa y muestra su desnudez a todos los presentes, justo en el momento en que su vientre se acopla por encima del rey negro... y lo toma para sí.

-mario, ¿Crees que debo castigarte?

Antes de responder sonrío para mí mismo con la satisfacción de saber que la partida está a punto de comenzar.

-Sí, mi Ama, creo que debo ser castigado.

Y con cada caricia de su pelo voy sintiendo que se aleja mi mal humor, que una sensación de hormigueo se va instalando inexorable en mi cuerpo, y que mi mente divaga hacía la cómoda que está a la entrada del dormitorio.

-mario ¿Crees que debo castigarte?

Y remolonea en mi regazo, como un gatito juguetón. Sabe que no estoy enfadada ya, sabe que cuando hablo de castigo me estoy refiriendo a algo muy diferente, a una forma compartida de juego, en el que me da placer rindiéndose a mis deseos, deseos que no tienen porqué gustarle, pero que terminan por agradarle al ver el efecto que me producen a mi.

- mario ¿Crees que debo castigarte?

Y ahora es un leve quejido, plañidero, casi una súplica de que le tome en mis manos, de que haga con él lo que crea conveniente, consciente de que implicará un cierto sacrificio por su parte, o no sería un castigo. Pero hay sacrificios que se ofrecen con entereza, con convencimiento, superando los propios límites, ofreciéndolos en señal de arrepentimiento.

-mario ¿Crees que debo castigarte?

Y casi no le doy tiempo a responder que ya mis manos le agarran de los brazos y le levantan, llevándole casi a rastras al dormitorio, acorralándole en la pared junto a la puerta con mi cuerpo, aplastándole contra la pared con una mano mientras con la otra busco la cuerda que guardo en la cómoda y que no dejaba de aparecérseme en una visión exquisita de castigo. Puedo ver su sonrisa intentando ocultarse a mis ojos, sé cuanto le gusta sentirse indefenso, y le ato las muñecas la una con la otra, y de un tirón le acerco a la cama, atándole a una de las patas.

Él me mira, los ojos brillantes, los labios húmedos, su cuerpo vibrante, excitado. Lentamente se arrodilla y se postra, como pidiendo clemencia, y acaricio su espalda fuerte y masculina, que se estremece con mi roce, volviéndose un gemido cuando mis manos llegan a sus nalgas. Y su cuerpo me atrae.. me atrae irresistiblemente su olor, que olisqueo como la Depredadora a su presa, me atrae su sabor, que degusto con largos lametones por su espalda, me atrae el palpitar de su corazón, que siento en la vena que sobresale de su cuello al besarla, me atrae la calidez de su piel, que mordisqueo suavemente, y entre gemidos le pregunto si está listo para su castigo, y él asiente con los ojos cerrados, su cuerpo perdido entre sensaciones, y mi mano descarga un primer azote en la nalga derecha, que él recibe estoicamente.

Sé exactamente cuanta fuerza aplicar para que el azote suene de esa forma precisa que a mi me excita, es un sonido peculiar, como el restallar de un látigo en el aire, pero que se produce con el contacto de mi mano sobre su piel. Y sé por propia experiencia que la sensación no es exactamente dolorosa, sinó una mezcla de electricidad, excitación, y sorpresa. Y cada azote me complace más que el anterior, y mi deseo aumenta, el deseo de besarle cuando levanto su cara para ver cómo reacciona, el deseo de comerme su boca cuando sus ojos me miran con ternura y agradecimiento, el deseo de tragarme sus gemidos entremezclados con sus quejidos, y de esos azotes, de esa expiación surge la necesidad, profunda, intensa, impetuosa de convertir su sufrimiento en mi placer, y mi placer en el suyo, y en un arranque de pasión incontenible le levanto del suelo y sin desatarlo lo tumbo sobre la cama, y allí mismo, sin demora, con la premura de tomar lo que me pertenece, lo que me ha sido entregado con fervor, transmuto su excitación en instrumento para nuestra fusión, dos cuerpos en uno solo, transpirando sudor y delirio, para culminar exhaustos los dos, rendidos al orgasmo compartido.

Y es entonces cuando, desatado delicadamente, me quedo dormida entre sus brazos, mientras me acaricia el pelo, totalmente vencida al cansancio, la plenitud, el amor y su entrega.

... Y cuando al fin la Dama blanca hubo tomado el cuerpo y el alma del rey negro, éste se incorporó, rehízo sus ropajes, y supo que esa mano que acababa de besar era a partir de ese instante la Dueña de su vida. Entonces advirtió entusiasmado que se sentía renacer, como si su cuerpo debilitado adquiriera de pronto la consistencia orgullosa del mármol negro, y apreció que hasta sus propios pasos se impregnaban de la majestuosidad de Ella, y con esa nueva forma de caminar abandonó el tablero de ajedrez, atravesó el salón de la casa... y volvió a asomarse a la ventana.

Y como cada mañana se despidió con veneración de su Dama, que se alejaba ahora con el portafolios repleto de informes bajo su capa de armiño, y oculto tras las cortinas, inmensamente feliz, el rey negro saboreó el beso largo, profundo, intenso y apasionado que su Ama había posado en su boca antes de marchar... y fue entonces plenamente consciente de que esa sensación había de durarle en los labios para siempre.

F I N


3 comentarios:

  1. Gracias por reabrir su blog AmaAlyna. Espero seguir aprendiendo de sus reflexiones y de la lucidez con la que plantea cuestiones que para muchos de nosotros son complicadas de aceptar. Gracias por ayudarme a comprender que la D/s va mucho más allá de la parafernalia de unos meros juegos sexuales. Es la fusión de dos voluntades, una voluntariamente entregada a la otra con un objetivo común, realizarse las dos de un modo más pleno y poder llegar más lejos compartiendo su caminar. Escribir con usted este relato no sólo ha sido una experiencia de la que me siento honrado y orgulloso, sino que al mismo tiempo me ha servido para conocerme a mí mismo
    Gracias por señalarme ese camino AmaAlyna... y para todo lo que desee estaré humildemente a su disposición.

    mario

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  2. Gobierno…
    eres el norte de quien miras
    distinguido en complaceros
    complacido en distinguiros
    la belleza en el gobierno
    administras dulzura y disciplina
    mereces el servicio sea impecable
    perfeccionas y modelas como Diosa
    creadora en la palabra das la vida
    cuando sueñas y veo en el espejo
    al hombre que seré bajo tus pies
    milagrosa transformas cuerpo y alma
    y el siervo se yergue con orgullo
    a la muerte por capricho de su Reina…

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Se agradecen los comentarios