En una sociedad de etiquetas como ésta en la que vivimos, resulta complicado escapar a las clasificaciones, sobre todo porque vienen emparejadas. De ahí que intentemos agruparlas, como cuando jugábamos de niños a los emparejados: "blanco" va con "negro" (cuando quizá hubiera sido más correcto adjudicarlo a "colores"), "alto" va con "bajo" (donde la estatura mediana parece que no cuente), y así un largo etcétera.
Cuando se es diferente parece que exista un dedo acusador que nos persiga, haciendo manifiesta para todo el mundo esa diferencia. Entonces es cuando la sociedad, como grupo, se pregunta ¿en qué categoría está, en una buena o en una mala? Todo resulta estupendo si caes en una del primer tipo, pero las del segundo tipo parecen condenadas a vivir bajo la superficie, y mientras tanto, la única solución es fingir. Fingir que somos normales, cuando la realidad es que ¿hay alguien que sea normal?
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